martes, noviembre 5, 2024

Le pusieron “cola”; ¿desde cuándo?

En el argot político-policíaco se llama poner o ponerle “cola” a alguna persona, de preferencia político, para vigilar todos sus movimientos.

Es una muy vieja práctica que han utilizado todos los gobiernos, o políticos que tienen los recursos, para seguirle los pasos a un adversario, que le interesa.

De preferencia se utiliza a policías o expolicías con experiencia, entrenados para realizar ese tipo de trabajo, que realizan con eficacia.

Candidato presidencial en 2018, el gobierno de entonces, encabezado por Miguel Ángel Yunes Linares, vigilaba a Andrés Manuel López Obrador cada que venía al estado. Era obligado.

(Que yo sepa, también “inteligencia” del Ejército vigila todo y a todos, sin excepción, de la forma más discreta pero efectiva posible.)

Morena ganó la elección y muchos policías fueron despedidos por el nuevo gobierno. Pasaron a condición de ex, pero nunca dejan de ser policías.

Entonces, tuve una versión de algunos indiscretos de ellos, de que también vigilaban a los cercanos a AMLO, una de ellas la entonces diputada federal Rocío Nahle.

Como candidata al Senado, siempre fue fiel acompañante de López Obrador en sus visitas a Veracruz. Según los indiscretos, le seguían todos sus movimientos.

¿El gobierno de Cuitláhuac García Jiménez, Eric Cisneros, continuó con esa práctica? Es difícil saberlo. ¿Los políticos de la oposición se encargaron de la tarea? También es difícil afirmarlo.

Hoy ya no queda duda de que, además, han investigado toda su vida privada y la de sus familiares (se van al segundo, tercero, cuarto, quinto grados), así como la de todos los allegados a ella, a su esposo y a los familiares de ambos.

¿Qué no le saben? Qui lo sa, como se dice en latín; chi lo sa, como dicen los italianos. Quién sabe.

Hubo un detalle el pasado domingo que me llamó mucho la atención. Luego del abucheo, como muestra de repudio, que sufrió en La Parroquia de los 200 Años en Boca del Río, decidió regresar a su mansión en El Dorado.

Horas después de los videos del escándalo que circularon en las redes, que se volvieron tendencia, circuló uno más, aunque fue apagado por los primeros.

En él se ve cuando la zacatecana arriba al fraccionamiento de su lujosa mansión, aunque solo va escoltada por una sola camioneta. ¿Había una cámara siguiéndola o hay una cámara fija frente a donde vive para registrar sus entradas y salidas?

Entre gitanos no se leen la mano, dice un dicho. ¿Los expertos por viejos policías del gobierno no saben quiénes hacen el trabajo, y de parte de quién? Normalmente entre todos ellos se conocen y saben cuál es su especialidad o qué son capaces de hacer.

¿La vigilancia se concreta a vigilar con una cámara sus movimientos? ¿Hay equipos de escucha vinculados a su teléfono celular, enfocados a su mansión, a su camioneta, a las de sus familiares y allegados? ¿Qué tanto saben de ella o tienen sobre ella?

El espionaje político, repito, es una muy vieja práctica, aunque ahora se realiza con equipos hasta sofisticados (a Karime Macías la grabaron en Londres con una diminuta cámara colocada en un vaso de café, de cartón).

Carlos Loret de Mola ha venido publicando audios y videos de los hermanos, hijos y familiares del presidente, así como de amigos de ellos presumiendo o cometiendo actos de corrupción y nunca han podido saber su origen.

Fidel Herrera Beltrán sabía perfectamente que lo grababan y por eso cuando necesitaba hablar, al primero que tenía a la mano le pedía prestado su teléfono para no hacerlo del suyo. Al servicial, que nunca se negaba, le salía caro el favor: le agotaba el saldo, porque normalmente hablaba y hablaba y hablaba, y a veces hasta se llevaba el aparato.

Cuando Miguel Ángel Yunes Linares llegó al gobierno, a sus reuniones nadie entraba con teléfono, salvo algunas excepciones. Él sabía que incluso apagado el aparato y puesto boca abajo, aun así, lo podían videograbar.

La guerra política-electoral por una gubernatura no tiene límites y ahí sí aplica muy bien que lo que importa es el fin, sin importar los medios. Por si no lo sabía o no lo había pensado, Rocío Nahle lo está viviendo ahora en carne propia.

(¡Ah, Chío, Chío! Qué hacemos con Chío. Ayer escribió y publicó en sus redes que sentía gran alegría porque estaba en Tamiagua, pero la foto que incluyó en realidad correspondía a Tamiahua.)

(Anoche, Latinus publicó que la notaría de Adán Augusto López validó la compra de la casa de Rocío Nahle en Villahermosa.)

Nada puede contra el sentimiento de un pueblo

El 29 de marzo (hace cinco días hizo de eso 51 años) de 1973, luego de casi 10 años de guerra, el ejército de Estados Unidos abandonó, derrotado, Vietnam, dejando en los arrozales de ese pequeño país asiático 60 mil muertos, miles de millones de dólares y parte de su imagen internacional.

Como bien recordó el año pasado Manuel López del Cerro, de Radio Televisión Española, al cumplirse 50 años del hecho histórico, los marines ganaron casi todas las batallas, tenían mejor armamento, una logística avanzada, nunca les faltó munición o comida, pero fueron incapaces de derrotar a una guerrilla que dominaba el escenario y los tiempos, que siempre marcó el ritmo de los combates y que tenía una voluntad de lucha que los norteamericanos habían perdido hacía ya mucho tiempo.

Vietnam estaba divida entonces en Vietnam del Norte (el Viet Cong) y Vietnam del Sur. El mayor imperio del mundo quería imponer y sostener un gobierno pelele, el del Vietnam del Sur, para apopiarse del dominio de todo el territorio vietnamita. Los gringos peleaban por un interés político y militar estratégico, por sus intereses, los vietnamitas del norte por una causa: la de su sentimiento patrio, ese sentimiento que tienen los seres humanos por la tierra natal, a la que siente ligado por determinados valores, afectos, cultura e historia.

Mucho antes que eso, en 1863, un grupo de traidores de la patria viajó a Trieste, en el noroeste italiano, a pedir un emperador para que viniera a gobernar a los mexicanos. La historia ya se sabe: vinieron Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota. Una insurrección encabezada por Benito Juárez acabó con el conocido como Segundo Imperio de México. Juárez, presidente reconocido por los liberales, decidió darle una lección al mundo: ordenó fusilarlo para que nunca más ningún extranjero intentara venir a gobernar a los mexicanos. No obstante que varios gobiernos europeos le pidieron clemencia para Maximiliano, no la concedió. La ejecución ocurrió el 19 de junio de 1867.

Contra el sentimiento, pues, de un pueblo no hay poder político y militar que se imponga. Con toda la proporción guardada, los dos ejemplos históricos que cito son ilustrativos para tratar de explicar la reacción espontánea de los comensales el domingo en el café La Parroquia de los 200 años, quienes antes que por los presuntos actos de corrupción de que señalan a Rocío Nahle, la abuchearon en señal de repudio porque siendo zacatecana pretende gobernar a los veracruzanos.

Ahora se habla de una elección de Estado, porque así es. Los morenistas dan por seguro que van a ganar, basados en todos los recursos que el gobierno pone a disposición lo mismo de Sheinbaum que de Nahle. Por eso mismo, lo normal será que ganen, pero la historia muestra cómo se dan casos excepcionales cuando un pueblo se opone férreamente a una imposición.

Los vietnamitas vencieron y se sacudieron al mayor imperio del mundo; los mexicanos, a Napoleón III y su proyecto imperialista representado por Maximiliano de Habsburgo. En 2016, los veracruzanos se sacudieron al gobierno del PRI, cuando tenía todo el poder, y en 2018 al gobierno del PAN, cuando tenía en su poder la gubernatura.

Nada, pues, está escrito ni asegurado a futuro. Lo que sí nos enseña el pasado, la historia, es que nada puede contra la voluntad de un pueblo decidido, por muy grande que sea el reto que tiene enfrente. Al ejército más poderoso del mundo, el de Estados Unidos, los vietnamitas los derrotaron con una guerra de guerrillas, con coraje y decisión, porque no tenían el armamento que los otros, que incluso dejaron caer sobre ellos 7.5 millones de toneladas de bombas, pero ni así.

Dejemos que la historia escriba otra de sus páginas memorables el próximo 2 de junio. En realidad, la escribirá el pueblo veracruzano, de acuerdo a la decisión que tome. Ojalá y sea la mejor para el bien de Veracruz y de los veracruzanos.

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