Para sacudirse cuanto antes el trauma de no haber alcanzado la proporción de votos requerida para conservar el registro, Jesús Zambrano aceleró los tiempos y anunció a su magra militancia el cierre de ventanillas en el PRD después de 35 años de haberse incorporado a la escena política del país y de haber gobernado de 1997 a 2018 la capital del país, el reducto electoral de mayores dimensiones del que puede hacer gala. En el PRI el panorama tampoco está revestido de optimismo, y se torna más oscuro por la pretensión de su actual dirigente de permanecer al frente de esa organización cuyo historial acompaña a la evolución política de este país pues lo gobernó ininterrumpidamente de 1946 al 2000 de manera hegemónica, y de 2012 al 2018, es decir durante seis décadas. Pero ahora su destino se torna incierto porque de permanecer el mal afamado “Alito” al frente de su Comité Ejecutivo Nacional lo único que garantiza es la continuación de su decadencia y desembocará en su desaparición definitiva. De los tres partidos que integraron la coalición Fuerza y Corazón por Veracruz, con serias abolladuras el PAN mantiene un diagnóstico menos preocupante, aunque su fortaleza territorial se circunscribe ahora a solo cuatro entidades gobernadas, muy menor a cuando sobrevino el tsunami electoral de 2018. De 1939, año de su fundación, al año 2000 transcurrieron 61 años de peripecias y crisis internas para ganar la presidencia de la república, que mantuvieron durante 12 años consecutivos, sin poder continuar, entre otras circunstancias, a causa de los intermitentes cismas entre sus cuadros de elite. No obstante, es el partido político de oposición con perspectivas menos complicadas, sin que esto signifique necesariamente que sirva de base sólida y catapulta eficiente para emprender la fuerte lucha opositora que se avecina.
El sábado anterior el Partido Acción Nacional celebró su Consejo Nacional Extraordinario en vías de organizar el relevo de su dirigencia nacional, realizar un diagnostico de semblante partidista, analizar la realidad nacional y diseñar su comportamiento como bancada legislativa oposicionista en atención al pírrico 17 por ciento de la votación. Por supuesto, en el diagnostico habrá de incluirse el diagnostico del potencial voto duro a su alcance y el de la oposición en general. También el impacto del “voto oculto” que se hizo tangible en la votación favorable a MORENA. Obviamente, el electorado ajeno a cualquier militancia partidista permanece en calidad de “voto oculto» para los siguientes procesos electorales, es decir, a diferencia del voto duro no se constituye en patrimonio electoral de algún partido, en este caso de MORENA, porque fluctúa según su percepción de las condiciones objetivas del momento, y en todo caso en mucho depende de las acciones del gobierno. En el Consejo panista de referencia Santiago Creel reconoció que faltó “una mejor lectura del humor social”, lo que derivó en ignorar la efectiva tendencia de ese voto oculto que finalmente favoreció a MORENA. Habrá en los partidos en el recuento de los daños gran variedad de sesudas indagaciones sobre lo ocurrido y las acciones que se emprenderán, así sucedió en el PRI en 1988, en 2000 y en 2006, lo mismo ocurrió en el PAN en 2012 y en 2018, pero, ¿la ciudadanía consciente del pulso sociopolítico, mantendrá su actitud apática delegando a los políticos el monopolio de las decisiones relativas a su futuro? En tiempos poselectorales los horizontes políticos se ensanchan, no es coincidencia que el marco normativo electoral ajuste para esos efectos el surgimiento de nuevos partidos políticos, de cuya importancia nos remite el hecho de que son parte importante de los contrapesos del poder.