No me canso de repetirlo a quien se me deje, y no me canso de repetirlo en este espacio: si quiere vivir mejor en esta ciudad incomprensible, ceda el paso y sea feliz.
Por eso es que digo:
Enfangado en el inefable tráfico xalapeño, entre claxonazos y empujones de metal, pude advertir cómo, de vehículo a vehículo, muchos conductores y sus acompañantes se entrecruzaban mentaditas y mentadotas de madre con sus vecinos de desgracia y de carril.
El paso por las calles citadinas se ha convertido en una oda al derrame biliar, en una endecha al estrés, en un ditirambo al revés que sufren y padecen todos los ciudadanos metidos en esa trampa que se llama calle, en nuestra sufrida y sufriente capital de Veracruz; crea una mala reacción, aunque tiene su parte buena.
Y digo lo de la mala reacción y lo de la parte buena porque en medio de la ensoñación en la que se cae sin remedio durante los largos minutos de la espera, entre un frenazo y el acelere con el que los más optimistas piensan que avanzan y que se les permitirá llegar en tiempo y forma a donde vayan; en esos largos minutos, decía, tuve el tiempo para que se me ocurriera la idea ¿brillante? de que uno se enoja porque quiere, que todo es cosa de actitud y de tomar las cosas con filosofía.
Y como es cosa de filosofía, se me ocurrieron seis premisas que aquí pongo a consideración del respetable:
La primera es recordar que no hay manera de viajar rápido en las rúas xalapeñas. La lentitud es inevitable en una ciudad con el doble o el triple de los vehículos que puede soportar.
La segunda, que el tránsito tortuoso de nuestra ciudad lo hacemos peor cuando todos queremos pasar primero y antes que nadie. Y a ello hay que aumentarle el gancho al hígado repetido que significa andarse peleando por un quítame esas pajas o porque el otro ya se quiere avilonear nuestro carril o porque alguien se estacionó en doble fila o porque….
La tercera, que los agentes de vialidad no sirven para nada, más que para elevar los niveles de estrés con sus silbatazos y sus incapacidades.
La cuarta, que los compañeros taxistas no tienen remedio, igual que sus congéneres de los camiones urbanos, y es perder el tiempo tratar de hacer que comprendan algo.
La quinta es que podríamos aprovechar el ocio para aprender alguna nueva habilidad que se deje, como oratoria y declamación, algún idioma, o memorizar las tablas de multiplicar al revés y al derecho o el directorio telefónico de la ciudad de México. En verdad que da tiempo para eso.
La sexta premisa es que si uno deja de pelear por ganar lugares y se resigna a que se va a tardar mucho tiempo en ir de una parte a otra, finalmente va a llegar en el mismo tiempo que si se pelea contra el mundo de los otros conductores, pero eso sí, llegará con la vesícula intacta y en una de ésas hasta con una sonrisa en la boca.
Por eso le recomiendo una vez más, si me permite:
Ceda el paso… y sea feliz.