jueves, noviembre 21, 2024

Batres, Cespedes, Cuitláhuac, Merino y Rutilio, en paquete.

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En Veracruz un entretenimiento ya muy rutinario consiste en especular sobre el futuro inmediato de quien gobierna la entidad una vez entregando el mando. Durante la hegemonía priista los gobernantes veracruzanos eran electos cuando el presidente de la república cursaba ya su cuarto año de ejercicio y le correspondía designar al candidato al gobierno estatal sucesor, es decir, normalmente el gobernante local en turno debía el cargo al presidente antecesor del mandatario en funciones. Durante el periodo previo al “destape” del candidato priista a la presidencia de la república cada gobernador tenía oportunidad de definirse por uno de los precandidatos, era muy difícil mantenerse al margen de esa condición porque quienes del gabinete presidencial se sentían con méritos para ser “el tapado” hacían proselitismo entre los gobernadores, quien se equivocaba de “Tapado” corría el riesgo de irse al ostracismo político una vez concluido su mandato. El gobernador que le “atinaba” al “bueno” tenía oportunidad de escalar hacia el gabinete entrante, a veces así ocurría, aunque no solía ser muy frecuente. El gobernador que se equivocaba de precandidato estaba condenado a la proscripción en los siguientes seis años, cuando mejor le iba porque también corría el riesgo de ser objeto de represalias políticas, o no recibir la visita presidencial ni recursos federales adicionales a los presupuestados.

Ahora otras son las circunstancias, variadas en parte debido a reformas al marco normativo electoral y a la Constitución local, porque ya existe correspondencia para elegir presidente de la república y gobernador de Veracruz en el mismo proceso electoral, tal cual ocurrió a partir de 2018 con López Obrador y Cuitláhuac García, es decir, el gobernador veracruzano es expresión directa de aquella voluntad que lo hizo candidato de MORENA al gobierno de Veracruz. En esa secuencia Cuitláhuac solo siguió el guion presidencial para apoyar a Claudia Sheinbaum desde su etapa de precandidata (“Corcholata”, fue el apodo de estilo cuatroteista), es decir, no tuvo oportunidad de equivocarse y le “atinó” apoyando a quien será presidenta de México para el periodo 2024-2030, pudo inclinarse por Ebrard o por Adán Augusto López, no lo hizo por la férrea vigilancia centralista atenta a no arriesgar el control de una entidad que representa la cuarta fuerza electoral del país. En ese contexto, Cuitláhuac supo con mucha antelación a quien mostrarle su apoyo para la presidencia y para el gobierno estatal; en la primera comisión se apegó al script, al parecer no fue muy cuidadoso en la segunda, según los signos muy manifiestos surgidos en el centro de mando de su sucesora, Rocío Nahle. En ese orden de ideas, Cuitláhuac García sí está considerado para algún encargo de tipo federal, tal cual lo anunció en paquete la presidente electa sobre la invitación a los gobernadores salientes de Chiapas, Tabasco, Puebla, CDMX y Veracruz. Curiosamente, de ese “paquete” de gobernadores salientes, solo dos son por elección directa, Cuitláhuac y Rutilio Escandón, de Chiapas, los de Puebla, Tabasco y Martí Batres, de la CDMX son sustitutos. En apariencia esa invitación se asemeja más a un pago de factura electoral que a un reconocimiento a la labor desempeñada, porque, por cómo están las cosas en Chiapas, ni modo que se considere un premio al gobierno de Rutilio Escandón; y Cuitláhuac quedó a deber en Veracruz. Sin embargo, electoralmente, haya sido como haya sido, todos ellos rindieron buenas cuentas y en apego al Spoil System, o Sistema de Botín, todo para el vencedor tal cual lo hacía el PRI, la nueva familia revolucionaria, si otra cosa no sucede, va en camino de consolidarse.

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