Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Todo indica que nada podrá detener la destrucción del entramado institucional construido en la etapa de la transición y alternancia democráticas en México, para inaugurar una nueva época de opacidad y feroz autoritarismo.
En una delirante sinrazón, el obradorato enfila al país a una regresión política de alcances históricos, que le costará muy cara a México desde ahora, pero cuyos efectos perniciosos afectarán la vida de varias generaciones.
El pasado 23 de agosto, motejado ya como “viernes negro”, en comisiones de la Cámara de Diputados se aprobó la desaparición de siete organismos autónomos reguladores, entre los que destacan el Instituto Federal de Telecomunicaciones, la Comisión Federal de Competencia Económica y particularmente el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, por mucho uno de los más grandes logros de toda esta etapa histórica que, sin ser la panacea y perfectible como cualquier institución, obligó a los servidores públicos y a los distintos gobiernos de todos los niveles a transparentar el uso de los recursos públicos los últimos 20 años.
Hoy el obradorato busca echar por la borda y despedazar lo que a su paso por la oposición ayudó a construir y que le permitió incluso llegar al poder, fingiendo olvidar –con una mezquindad y cinismo descomunales- que también fueron minoría, que lucharon porque se les escuchara y respetaran sus derechos, entre otros, el derecho a saber cómo se gasta el dinero que es de todos los mexicanos.
Sin escuchar nada ni a nadie más que la voz del amo, los legisladores obradoristas salientes le dejaron la mesa servida a quienes les sucederán para que a partir del 1 de septiembre, estén en condiciones de asestarle un golpe final a una moribunda democracia, no solo con la desaparición de los organismos autónomos, sino con la inhabilitación del Poder Judicial de la Federación como un fiel de la balanza de la división de poderes que le da sentido al sistema republicano que rige a México desde su independencia.
Ello gracias a que una de las instituciones más importantes de la transición, el Instituto Nacional Electoral, fue cooptada por el régimen y le regaló al oficialismo una mayoría calificada en la Cámara de Diputados que no obtuvo en las urnas. A partir de septiembre, Morena y aliados podrán hacer lo que quieran con el país y de nada valdrá lo que diga oposición alguna en las cámaras del Congreso de la Unión. Menos, lo que opine el ciudadano de a pie, que poco a poco se dará cuenta de lo que implicó concentrar el poder en una sola mano.
Una oposición que, valga destacar, tiene una gran responsabilidad en esta debacle democrática. Corruptos, indolentes, ambiciosos, incompetentes, sus dirigentes solo se ocuparon en campaña de asegurar su supervivencia política para el siguiente sexenio, de cuidar sus intereses personales y de colocar a sus alfiles en posiciones desde las cuales seguir medrando, mientras al país se lo lleva el carajo. Incluso, impresentables como el verde senador electo Manuel Velasco Coello, presumen que ya consiguieron los votos que les hacían falta para controlar el Senado, vía el cohecho de tres legisladores de “oposición”.
Esta última semana de agosto bien puede considerarse también como la última del sistema político mexicano como lo conocimos las últimas tres décadas. A partir de septiembre, con una mayoría fraudulenta, se erigirá un nuevo orden, del que desde ahora se pueden ver las señales de cómo será: voces críticas acalladas en los medios, total opacidad en el uso de los recursos, militarización de todos los órdenes de la vida pública, indefensión legal ante cualquier arbitrariedad gubernamental, simulación de elecciones democráticas y un autoritarismo creciente, con un elemento adicional que no existía en la etapa anterior, la de la “dictadura perfecta”, por lo menos no como ahora: el crimen organizado como un metapoder por encima del Estado.
Asistimos a los funerales de la República. Y ni los sepultureros tienen consciencia de lo que eso provocará.
Querida Paty
Apasionada de los medios y la comunicación, académica de excelencia, preocupada por la espiral autoritaria que se ha dejado venir sobre México y Veracruz, pero sobre todo excelente persona y amiga solidaria, el vacío que deja la pérdida de Patricia Andrade del Cid solo se compara en magnitud con el cariño que inspiró a su alrededor.
Hasta siempre, querida Paty.
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