Serpientes y Escaleras
La confirmación del Maximato que viene -o al menos del que intentará instaurar Andrés Manuel López Obrador- se produjo la semana pasada cuando, ya sin pudor ni vergüenza, justo en el día que acababa de ser aprobada su cuestionada y dudosa reforma al Poder Judicial, el presidente reconoció lo que en este espacio le habíamos informado desde el pasado 14 de agosto: que su hijo mediano, Andrés Manuel López Beltrán, competiría por un cargo de elección en Morena y haría lo mismo que hizo en su gobierno, actuar como su operador político, pero ahora ya sin ocultarse y ocupando la Secretaría General del partido fundado por su padre.
Comenzó así a cumplirse el gran acuerdo que el Presidente saliente hizo con su pupila Claudia Sheinbaum, cuando él decidió que sería ella la candidata presidencial de Morena y su sucesora en el cargo, decisión que siempre estuvo atada y condicionada a que la doctora aceptara que para 2030 el apellido López volviera al poder a través del más político de sus cuatro hijos, a quien en realidad parece ir destinado aquel famoso «testamento político» del que tanto habló AMLO, sin hacer nunca público el nombre del beneficiario.
Porque sólo los ingenuos o los fanatizados seguidores del obradorismo ven como «algo natural» que en su salida del poder, justo a 20 días de que concluya su mandato, el Presidente saliente esté disponiendo y ordenando cómo deberá manejarse su movimiento y que sea justo él quien haya definido que será Luisa María Alcalde, la pésima secretaria de Gobernación, la que vaya a encabezar a su partido, pero no ella sola, sino de la mano -literalmente- de Andrés Manuel López, quien ya desde ahora es el que tiene el control y la operación interna del morenismo.
Y aunque la decisión no es nueva ni mucho menos reciente, porque forma parte de un plan y una estrategia largamente preparada, el Presidente la hizo pública justo cuando sabía que ya estaba segura la aprobación de su reforma judicial y cuando ya tenía negociados el voto traidor de los Yunes y la ausencia de un senador de MC, porque sólo entonces se supo seguro y protegido, blindado de cualquier intento de acusarlo, investigarlo o sentenciarlo desde el Poder Judicial de la Federación que ahora, con la demagógica y cuestionada figura de la elección por voto popular de los jueces, estará totalmente plegado a su favor y el de su nuevo régimen político.
Pero para que él pudiera reconocer abierta y públicamente que sí va a impulsar al orgullo de su nepotismo, López Obrador se encargó primero de preparar el terreno y permitió que no sólo uno o dos familiares, sino familias enteras con lazos consanguíneos directos, se enquistaran en su gobierno ocupando posiciones importantes de poder lo mismo padres que hijos, tíos, primos y hasta parejas sentimentales, a los que se dio carta abierta para usufructuar y beneficiarse de la famosa «Cuarta Transformación» que para efectos prácticos resultó ser tan generosa, como lo fue la Revolución en su momento para los viejos priistas.
El nepotismo, esa «lacra de la política» que Andrés Manuel juró erradicar de su gobierno, junto con el amiguismo y el influyentismo, florecieron de manera abierta y tolerada en la 4T porque de esa manera se fue preparando el terreno para la llegada de «Andy» a la política en activo y al liderazgo nacional de Morena. El Presidente normalizó la presencia en cargos públicos y las candidaturas de Morena para los hijos de gobernadores, senadores, secretarios o diputados, porque así cuando él anunciara que su hijo sería el nuevo dirigente, por decisión suya, pero formalizada por los órganos internos de su partido con una elección simulada, a nadie en su movimiento le parecería extraño o inmoral.
Porque la llegada del hijo, que actuará y hablará en el nombre del padre, no es para nada un caso más del nepotismo que afecta a la política mexicana desde tiempos remotos. Se trata de un movimiento estratégico, pactado con la futura Presidenta, primero para asegurar que «Andy» López pueda salir de las sombras y continuar su carrera política, ya no como el operador y mensajero secreto de su padre, sino como el heredero, público y reconocido, del caudillismo de su progenitor.
«Andy» será mucho más que un dirigente de Morena. Será, de entrada, un aspirante natural a la sucesión presidencial de 2030 y, al mismo tiempo, fungirá como el «enlace» o la correa de transmisión que operará, desde la tropicalidad de «La Chingada», con línea directa y derecho de picaporte hasta el despacho presidencial en el Palacio Nacional.
La cercanía y amistad que López Beltrán tiene con Claudia Sheinbaum harán mucho más fácil la labor del hijo y las intenciones del padre. Porque la doctora lo ha dicho de todas las formas posibles y en contra de todos los pronósticos de quienes esperan que cambie cuando se siente en la silla y se sacuda el padrinazgo político: «No habrá rompimientos, ni deslindes del Presidente», lo que significa que, al menos hasta que ella lo decida, permitirá que su amigo «Andy» ejerza el liderazgo político del partido y del movimiento, mientras ella se dedica a los complejos asuntos del gobierno, sobre todo en el enrarecido e incierto primer año que le dejará su antecesor.
Así que no falta mucho para que, fiel al principio científico que rige a las transformaciones de la materia política, en donde nada se crea, nada se destruye y todo se transforma, muy pronto el liderazgo político y caudillista que siempre ejerció desde la Presidencia en su partido y en su movimiento se «transforme» y pase del Obrador al Beltrán, pero siempre manteniendo en los López el control y el manejo de aquel «tigre» con el que amenazó hace seis años a los banqueros y con el que ahora podría sofocar cualquier intento de rebelión o de desconocerlo, con una sola llamada a su hijo para que suelte al felino y haga lo que tenga que hacer, pero siempre en el nombre del padre… Los dados abrieron con Escalera. Se viene buena la semana.