Estrictamente Personal
Los días de Ken Salazar como embajador de Estados Unidos en México están contados después del coletazo que le dio la semana pasada la presidenta Claudia Sheinbaum. Al levantarle el castigo simbólico que le había puesto su antecesor por las críticas a la reforma judicial, le aplicó una pena de verdad: a partir de ya, la única ventanilla que tendría Salazar en el gobierno sería con la Secretaría de Relaciones Exteriores. Le cerró la interlocución con las diferentes esferas de la administración y estableció que la única comunicación que podría tener su gobierno con México sería a través de la Cancillería. ¿Alguien le habrá explicado a Sheinbaum lo que significaría? O, ¿fue una decisión donde los únicos a quienes perjudicó fueron Salazar y su enlace con el expresidente Andrés Manuel López Obrador?
La decisión estuvo acompañada de un innecesario recargón político. Lo mismo podría haber hecho en privado y quedarse en el mensaje que le transmitió la víspera del anuncio el canciller, Juan Ramón de la Fuente, y reforzado por el embajador Esteban Moctezuma, para informar al Departamento de Estado las nuevas reglas. Si no hubo intención de humillar a Salazar, eso pareció con la decisión de Sheinbaum de mandar al ostracismo al embajador que fue cortesano con López Obrador y su gestor en Washington, que tenía derecho de picaporte en Palacio Nacional y le dio muchas horas extra de relación acrítica con la Casa Blanca.
Fue un duro manotazo que, paralelamente, cerró la llave de interlocución de Salazar con López Obrador. El embajador tenía una comunicación continua con el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, que era la correa de transmisión entre Palacio Nacional y la Casa Blanca. Salazar, contra la ruta de acción que siguieron en Washington para negar al gobierno mexicano información sobre la captura de Ismael el Mayo Zambada, le fue aportando a Gertz Manero datos para que se los diera a López Obrador, pero por goteo, porque también él había sido relegado de las noticias sobre la captura por la desconfianza que tenían de él. Esa comunicación se fue cerrando al entender Salazar que tenía que alejarse de los mexicanos, lo que coincidió con el decreto del expresidente de la ‘pausa’.
La instrucción de Sheinbaum mete en problemas a su gobierno. Si bien la ventanilla formal de un embajador es la Secretaría de Relaciones Exteriores, las relaciones bilaterales son tan amplias –más de 100 dependencias y organismos de ambos países, además de gobiernos estatales, tienen relación directa– que el representante estadounidense tenía amplios márgenes de maniobra para evitar que la burocracia en la Cancillería afectara el dinamismo. De igual forma, el trato de las dependencias mexicanas con sus contrapartes tenía como aduana obligatoria informar a la Cancillería sobre lo que iba a hacer.
No se sabe si el Departamento de Estado le aplicará el mismo trato a Moctezuma, pero no parece ser algo que les tenga demasiado ocupados y preocupados el tomar represalias. Lo que hizo Sheinbaum, si leemos literalmente su instrucción, mete la relación bilateral en un embudo burocrático porque la ventanilla única que ordenó tendría que operar para los dos lados. Esto se antoja imposible de llevar a cabo de acuerdo con la información pública, que no muestra el alcance y detalle de las nuevas reglas de operación con la embajada de Estados Unidos, que representa a todo el gobierno de aquel país.
Hay una experiencia perniciosa en el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, cuando reformuló las relaciones del gabinete de seguridad con Estados Unidos. El entonces secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dijo que todo lo relacionado con ese tema tendría una ventanilla única, la suya. El resultado fue desastroso y la cooperación bilateral en la materia entró en una zona de turbulencia con consecuencias negativas para México, porque se perdió el intercambio de información de calidad, funcionando perfectamente sólo cuando había un interés específico en Washington.
La ventanilla única para la relación bilateral no funciona. El embudo burocrático que se pretende subraya más bien la personalidad de la Presidenta, que le gusta tener control sobre todo lo que suceda –como lo hizo en la Ciudad de México, durante la campaña presidencial y la transición–, pero si en efecto lo pensó bajo esa perspectiva, o le estalla en las manos o rápidamente comenzará a operar su gabinete de manera directa, por la velocidad como se mueven temas prioritarios para los dos países. La aduana de De la Fuente, por más expedita que fuera su gestión, podría ser tarde.
Para problematizarlo se pueden tomar como ejemplo algunos momentos que se vivieron en el pasado, como cuando el secretario de Hacienda habló directamente con su contraparte en el Tesoro estadounidense sobre el estallamiento de una crisis financiera en México, para explicarle y sensibilizarlo para que tuvieran su respaldo. Lo mismo hicieron negociadores mexicanos con el representante de la Oficina para Negociaciones Comerciales de la Casa Blanca, para resolver malentendidos y evitar antagonismos cuando regresaran a las discusiones. O en el gabinete de seguridad, que coordinaba acciones contra el narcotráfico en tiempo real.
Se puede pensar que si a la relación más importante de México con el mundo ya se le instauró una ventanilla, lo mismo será para el resto de los países. El impacto no será el mismo, por la escala de los intercambios con Estados Unidos, pero al cerrar las comunicaciones directas, generará tropiezos y demoras. De la misma manera se podría decir que si a Sheinbaum no le interesa tener una relación con Estados Unidos más dinámica y fluida, menos le debe importar lo que suceda con las demás naciones.
Sheinbaum no ha personalizado su decisión en ninguna otra embajadora o embajador en México. Salazar es el único. Al político sombrerudo cuya protección y gestoría a favor del expresidente Andrés Manuel López Obrador le generaron el mote del “embajador de México en el Departamento de Estado” le adelantó Sheinbaum su carta de retiro, convirtiéndolo en una figura desechable para Kamala Harris y Donald Trump, que, sin importar quién se quede en la Casa Blanca, tendrán que relevarlo.