Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto
Sin afectar hasta ahora las relaciones comerciales y los lazos históricos y de hermandad entre los pueblos de México y España, el ruido de fondo del diferendo diplomático e histórico que sostienen en estos momentos los gobiernos de los dos países sigue subiendo de tono ya no sólo a nivel del discurso político, que se radicaliza desde los dos lados del Atlántico, sino también de acciones, políticas y decisiones que atizan el enfrentamiento y el choque de visiones sobre la historia común.
El fondo de las diferencias que inició el expresidente y que hizo suyas la actual presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, sigue versando sobre si son o no necesarias las «disculpas» y el reconocimiento de agravios, masacres y explotación ocurridas hace 500 años, o si la conquista de México-Tenochtitlan y la colonización de 300 años deben asumirse como hechos históricos consumados y cuyas consecuencias no deben ser revisadas a la luz de criterios políticos o ideológicos del presente.
Y lo mismo desde Madrid, que desde la Ciudad de México, los gobiernos de los dos países, lejos de poner en marcha mecanismos diplomáticos para atenuar las diferencias y encontrar una salida política digna y aceptable para ambos, incurren en conductas infantiles e inmaduras que denota, del lado mexicano, un berrinche de la línea dura de la 4T que impuso el revisionismo histórico y el discurso demagógico de los vencidos y una supuesta reivindicación de los pueblos indígenas, mientras que del lado español una soberbia con resabios de la prepotencia de los vencedores que supuestamente reivindica el papel civilizador de los conquistadores, sin mencionar o aceptar la violencia, el dolor y la muerte que también trajeron los españoles al llamado «nuevo mundo».
Si desde México se decide no invitar al Rey de España a la toma de protesta de la nueva presidenta y se insiste en la petición de «disculpas», desde España se responde con una campaña mediática, política y diplomática en contra del gobierno de Sheinbaum a la que acusan de ser una extensión de su antecesor al repetir su equivocada e ideologizada visión histórica.
Y si la Presidenta de México ordena al embajador en España, Quirino Ordaz, no presentarse a la celebración de las Fiestas de la Hispanidad el pasado 12 de octubre en Madrid, encabezadas por el monarca español, entonces desde el Palacio Real de la antigua capital imperial aparece un enorme pendón con la imagen de las carabelas de Cristóbal Colón, financiadas por los reyes católicos y sobre ellas la leyenda: «Nada por lo que pedir perdón».
Y mientras los dos presidentes y el monarca se sacan la lengua, se hacen señas obscenas y se hacen muecas de rechazo, los cancilleres mexicano y español aparecen como perfectos inútiles, diplomáticos sin carácter ni capacidad diplomática para tranquilizar a sus gobernantes, llamarlos a la cordura y al sentido común y abrir un proceso de diálogo diplomático de alto nivel que concilie y reconcilie las dos visiones confrontadas sobre lo que ocurrió hace cinco siglos, para enfocarse en el enorme potencial que tiene una relación comercial, cultural y hasta migratoria tan profunda y estratégica como la que tienen México y España. Nosotros como su puerta a América y al nearshoring con los Estados Unidos y el TMEC y los ibéricos como la puerta a Europa para los mexicanos y un aliado estratégico en sus negociaciones con la Unión Europea.
Si bien hay gente enganchada en este debate histórico tanto del lado mexicano como del español, este no deja de ser un tema de diferencias políticas entre gobiernos y gobernantes, que no son irreconciliables y que, con voluntad y mesura de los dos lados del océano, pueden resolverse y superarse por interés y conveniencia para los dos países y para sus sociedades.
Porque al final ni Claudia Sheinbaum ni el ex, que fueron los que comenzaron este diferendo les preguntaron o consultaron a los mexicanos sobre si queríamos o no que se le exigiera a la monarquía española que ofrecieran disculpas a los mexicanos de origen indígena; ni siquiera a los pueblos originarios, de los que se asumieron como defensores, les preguntaron al respecto y lo que es peor, se asumieron como los dueños del país para hablar a nombre de todos los mexicanos, cuando lo que expresan es una visión muy particular e ideológica de la historia nacional, que no necesariamente comparte la mayoría de los mexicanos actuales.
Tampoco en España ni el ofendido rey Felipe VI ni el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que por cierto no se pueden ver entre ellos y hasta se niegan el saludo, han realizado ninguna consulta o referéndum a los españoles de todas las regiones autonómicas que integran esa nación, para preguntar si están de acuerdo en su visión de que «no hay nada por lo que pedir perdón» y que lo único que se debe reconocer del complicado proceso histórico de la conquista de los antiguas naciones prehispánicas que habitaron el actual territorio mexicano es su carácter civilizador y culturizador, omitiendo la violencia que significó el mestizaje y la colonización.
En cualquier caso, en un mundo que se mueve aceleradamente entre la destrucción ambiental, el avance de la inteligencia artificial, las mortíferas guerras armadas en el Medio Oriente y la guerra comercial y geopolítica entre Estados Unidos y China, con Rusia como el enemigo histórico de los estadounidenses y el aliado estratégico de China, el que los gobiernos de México y de España pierdan el tiempo en berrinches y desplantes soberbios por el pasado, parece estúpido, torpe e innecesario para los mexicanos y los españoles… Serpiente Doble dictaron los dados. Segunda caída de la semana.