jueves, diciembre 19, 2024

El embajador es lo de menos

Estrictamente Personal

Hizo bien la Secretaría de Relaciones Exteriores en enviar una nota diplomática al Departamento de Estado para expresar su extrañamiento por las palabras del embajador Ken Salazar, quien dijo que la política de ‘abrazos, no balazos’ había sido un fracaso, que el expresidente Andrés Manuel López Obrador rechazó la ayuda de Estados Unidos que ayudaría a disminuir la inseguridad, y que las estadísticas que presenta el gobierno a los mexicanos son un engaño, porque no reflejan la realidad del país. Hizo bien también la presidenta Claudia Sheinbaum en descalificar a Salazar por decir un día una cosa y otro una diferente.

Bien merecido se lo tiene Salazar, a quien le han tundido desde todos los frentes por su incongruencia. Fue un zalamero normalizador de la política de López Obrador que hoy cuestiona, a quien trató con una genuflexión como nunca antes ningún representante de Estados Unidos lo había hecho. Cuando uno revisa la mayor parte de su estadía en México, puede argumentarse que sirvió más a los intereses del expresidente que de su país. Fue, junto con Juan González, que era el consejero de Seguridad Nacional para México en la Casa Blanca, el promotor de que el presidente Joe Biden cerrara los ojos ante la destrucción obradorista de las instituciones democráticas, para que ayudara a frenar la migración.

De ahí viene también el dardo bien colocado de Sheinbaum al embajador, al que cuestionó por “la disparidad de sus declaraciones”. Las palabras de Salazar fueron claramente intervencionistas. Por mucho menos, el presidente Felipe Calderón pidió a la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, la salida del embajador Carlos Pascual, tras revelarse sus críticas a la lucha contra el narcotráfico gracias a la filtración de los cables diplomáticos en WikiLeaks. En los 80, la actitud arrogante de John Gavin nunca alcanzó los niveles de intromisión alcanzados por Salazar. Lo paradójico es que fue uno durante cinco años y otro en este año, que es lo que, además de criticar, habría que reflexionar en el porqué.

Salazar es hoy sólo una correa de transmisión del gobierno de Estados Unidos. Cuando gozaba de autonomía, defendió a López Obrador hasta en Washington, hasta principios de este año, cuando las cosas cambiaron en la Casa Blanca. González, el arquitecto de la política de Biden en América Latina, fue prácticamente despedido en febrero por sus fracasos, particularmente en Venezuela. Salazar no tuvo el mismo destino, aunque su cándida torpeza le impidió ver el cambio de vientos en su gobierno sobre México, por sentirse engañados por López Obrador sobre el combate al fentanilo.

Dos momentos marcan la caída de Salazar: haberlo mantenido –hasta ahora– en la oscuridad sobre la captura de Ismael el Mayo Zambada, y haberlo obligado a cambiar 180 grados su declaración en apoyo a la reforma judicial con mentiras para cuerpear a López Obrador, y criticarla a la semana siguiente. El embajador no tiene peso en Washington y está viviendo horas extras. No es él quien debe preocupar al gobierno de Sheinbaum, sino todo el aparato gubernamental de Estados Unidos, que a lo largo de todo este año ha dejado perfectamente claro lo que piensa de López Obrador y su relación con el narcotráfico, y el papel que jugó su gobierno en busca de una pax narca a cambio de apoyo electoral, que es una línea de la cual no se ha apartado todavía la Presidenta.

Salazar no podía haber hecho esa declaración intervencionista sin autorización del Departamento de Estado –que ayer, en el briefing rutinario de la Cancillería, no fue desautorizado–, y la relevancia que tienen sus palabras es que en las próximas semanas estará en Washington ofreciendo un briefing y la perspectiva de las políticas de Sheinbaum directamente al presidente electo, Donald Trump, o a su equipo que se encargará de la relación bilateral.

El gabinete mexicano de Trump está plenamente integrado en las cabezas de las áreas de seguridad y de migración, a las cuales nombró con una velocidad que sólo se entiende porque México, al igual que China, son las dos principales prioridades del próximo jefe de la Casa Blanca: Kristi Noem, como secretaria de Seguridad Territorial; Stephen Miller, como jefe adjunto de Gabinete bajo cuya responsabilidad caerá la consejería sobre seguridad territorial, y Tom Homan, como zar de la frontera. Todos ellos tienen como común denominador que son de extrema derecha, tienen amplia experiencia en temas migratorios y trabajarán con vehemencia para llevar a cabo la deportación de millones de migrantes.

También está designado el próximo secretario de Estado, Marco Rubio, hijo de cubanos, que ha sido crítico de México y acusó a López Obrador de haber entregado territorio a los cárteles de la droga. Cuba, Venezuela y Nicaragua serán países que, por su historia, estará viendo de manera particular, que tampoco es algo para la tranquilidad de Sheinbaum, que ratificó el respaldo incondicional con el régimen de La Habana, al que está ayudando económicamente.

Rubio fue seleccionado por su dura posición contra China, que se cruza en la ecuación de la frontera segura que desea Trump, por el tráfico de fentanilo y por los componentes electrónicos en los automóviles que se exportan a ese país y su robusta plataforma de telecomunicaciones, quedando México en medio de la guerra comercial y tecnológica entre Washington y Pekín.

Las declaraciones de Salazar no son las de un político y diplomático que tiene sus horas contadas como embajador en México, sino el capitulado de uno de los principales temas en la agenda de Trump, expresado reiteradamente durante la campaña presidencial, sobre su intención de combatir a los cárteles de las drogas. No hacen bien varios funcionarios del gobierno y el entorno de Sheinbaum en pensar que la realidad no es tan ominosa como muchos ven, porque consideran que Trump es un pragmático que negociará sin llegar a tomar las acciones que está anunciando implementará.

Nadie puede saber, salvo su círculo interno, hasta dónde será capaz de llegar, pero las primeras señales han tenido un doble mensaje: los radicales en el entorno de Trump sí quieren cobrarle facturas a México, y Sheinbaum necesita revisar su equipo para lo que se viene.

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