“No llores como mujer lo que no defendiste como hombre”, es una de las máximas mejor conocidas en el costumbrismo mexicano que solía ser de uso corriente en la segunda mitad del siglo XX para expresar brevemente lo inútil que resulta quejarse de hechos que pudieron evitarse si se hubiera presentado resistencia opositora; otro dicho sobre similar contexto se atribuye a los conformistas: “ya ni llorar es bueno”, para aceptar sin más la consumación de hechos lesivos para la mayoría. Los refranes resultan de la esencia del pensamiento popular, reflejan su sabiduría, son la suma de experiencias expresadas en pocas palabras: “querías marido, ahora te aguantas”, “fuiste por lana y saliste trasquilado”, “no hay mal que dure cien años”, son otras de las muchas máximas que podríamos aplicar al momento histórico de nuestros tiempos. Aplicable ahora que la vorágine legisladora encabezada por MORENA está a punto de consumar el derrumbe del orden constitucional vigente desde 1917 para instaurar un régimen de “bienestar social” atendiendo las ordenes devenidas del “pueblo”, esa entelequia a la que el actual gobierno atribuye el deseo de reconfigurar la Constitución General para desaparecer el equilibrio de Poderes. Pero, de ese conflicto entre poderes, consumada la desfiguración del Poder Judicial ¿cuál de entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo resultará beneficiado? Es dudoso que sea el Ejecutivo, porque al menos en el caso actual los controles sobre el Poder Legislativo y el partido en el gobierno no parecen estar en Palacio Nacional, luego entonces, vivimos en un estatus político inédito desde el ocaso del Maximato callista.
Y en medio de ese escenario se encuentra la población mexicana (el pueblo), ignorante del cambio constitucional que lo priva de defensas jurídicas contra actos del poder público, aunque también ignora que la retórica eufemística le atribuye ser la fuente de ese contubernio. Lo curioso de este desencuentro conflictivo radica en una lucha en que la oposición política está ausente o permanece al margen porque no cuenta con la fuerza moral y política necesarias para oponerse a ese deterioro institucional, esta confrontación es entre poderes, el Legislativo y el Ejecutivo confabulados contra el Judicial. Sobrevive en el ánimo de algunos sectores de la población la firme convicción de poder defender al Poder Judicial contra ese riguroso embate esgrimiendo argumentos constitucionales, pero “sienten el temblor y no se hincan” porque en los hechos ese mecanismo lamentablemente ha perdido vigencia, así lo demuestran los innumerables desacatos a disposiciones judiciales por parte de las autoridades que juraron defender y hacer cumplir el mandato de las leyes. Para agregar un ingrediente más en alimento al pesimismo, basta leer lo que el presidente de la Jucopo de la Cámara de diputados federales acaba de declarar sobre que antes del 15 del mes en curso será constitucional la desaparición de los organismos autónomos. Para no hacer apología del pesimismo acudimos a otro refrán no menos conocido: “esto no se acaba, hasta que se acaba” y lo reforzamos con el de “en política nada es para siempre”, eso está históricamente comprobado.