En el reciente artículo «Decline and fall: how university education became infantilised» (Decadencia y caída: cómo la educación universitaria se infantilizó), publicado en The Spectator, David Butterfield, profesor emérito de la Universidad de Cambridge, ofrece una visión crítica sobre la evolución de la educación universitaria en las últimas décadas. Su perspectiva, basada en más de veinte años de experiencia docente, revela una serie de cambios preocupantes que han afectado negativamente la calidad de la educación superior. A esto él lo denomina la “infantilización de la educación universitaria”.
Aunque este concepto, pueda parecer exagerado a primera vista, en realidad refleja una tendencia que ha ido en aumento durante las últimas décadas. Butterfield, sustenta que la universidad ha experimentado una transformación significativa, pasando de ser un espacio de libertad académica a uno cada vez más restrictivo y controlado. Esta tendencia hacia la homogeneización de la educación superior prioriza la uniformidad sobre la diversidad de experiencias y conocimientos, limitando las oportunidades de aprendizaje interdisciplinario y la exposición a diferentes áreas del saber.
Según el autor del artículo, la presión por mantener altas tasas de graduación ha llevado a una reducción en la rigurosidad de los programas académicos, comprometiendo así la excelencia académica. Las universidades han dejado de ser bastiones de pensamiento crítico y académico para convertirse en espacios donde se prioriza la comodidad emocional de los estudiantes. Esta transformación ha sido facilitada por un entorno cultural que valora la sensibilidad por encima de la robustez intelectual.
Un reto importante para las instituciones educativas es la creciente conciencia sobre la salud mental entre los estudiantes universitarios. En la Universidad de Cambridge, de donde basa su artículo, las declaraciones de discapacidad se han quintuplicado en los últimos 15 años, afectando ahora a aproximadamente uno de cada cuatro estudiantes. Las dos áreas principales de crecimiento han sido las «condiciones de salud mental» y las «dificultades específicas de aprendizaje», con la ansiedad como causa principal. Esta tendencia ha llevado a cambios significativos en los métodos de enseñanza y evaluación, buscando apoyar a los estudiantes, pero también reflexiones sobre cómo equilibrar el bienestar emocional con las exigencias académicas necesarias para preparar a los jóvenes para el mundo laboral y la vida adulta.
La idea de que la educación debe ser un refugio seguro ha llevado a la implementación de políticas que, en lugar de fomentar la resiliencia y el pensamiento independiente, fomentan la dependencia y la condescendencia. Esto se manifiesta en la forma en que se gestionan las críticas y el debate en el campus. La creciente aversión al desacuerdo, reflejada en la proliferación de “Avisos de contenido» y «Espacios seguros», está erosionando la capacidad de los estudiantes para enfrentarse a ideas desafiantes. La presión por ser políticamente correctos y la tendencia a evitar el conflicto están moldeando no solo el currículo, sino también la naturaleza misma del aprendizaje.
En lugar de preparar a los jóvenes para el mundo real, donde inevitablemente encontrarán perspectivas opuestas, las universidades parecen estar creando un entorno donde la disidencia es vista como una amenaza, abandonando espacios para el desarrollo de habilidades de análisis, argumentación y resolución de problemas, forjando una nueva generación de graduados que carecen de habilidades críticas necesarias en el mundo laboral y en la vida en general.
Butterfield también destaca el crecimiento significativo de roles administrativos y la centralización del control, debilitando la libertad académica y el modelo de gobierno colegiado. Existe una notable tendencia en las universidades a orientarse más hacia la gestión, lo que da como resultado que los estudiantes sean vistos como clientes en lugar de estudiantes en busca de conocimiento. Además, señala una presión por la inclusión y la accesibilidad sin un vínculo claro con la excelencia académica, contribuyendo a diluir los estándares. Estas tendencias están erosionando la comunidad intelectual universitaria, con una disminución de la interacción entre estudiantes y profesores, y cambios en los títulos académicos que promueven un sentimiento de desapego entre el personal docente.
El artículo nos provoca a reflexionar sobre el propósito de la educación superior. Es necesario que la educación superior reconstruya sus procesos a fin de establecer condiciones desafiantes que exponga a los estudiantes a una variedad de ideas y perspectivas, incluso aquellas que les resulten incómodas.
La verdadera educación debe empoderar a los individuos, enseñarles a pensar críticamente, a cuestionar y a debatir. La infantilización de la educación universitaria es un fenómeno alarmante que requiere atención y acción. A medida que avanzamos en un mundo cada vez más complejo, es vital que las instituciones educativas se comprometan a formar pensadores críticos y ciudadanos activos.
La educación no debe ser un mero refugio, sino un campo de batalla intelectual donde se desafían las ideas y se fomenta el crecimiento. Si no abordamos esta tendencia, corremos el riesgo de perpetuar una generación que podría ser incapaz de enfrentarse a los desafíos del futuro.
Ideario en Perspectiva
La prioridad no es una educación superior de calidad que ofrezca a los futuros profesionales competencias y habilidades para resolver los problemas complejos actuales y futuros del país.
El incremento porcentual del presupuesto para las «Universidades Patito» con respecto al año 2024 es de 84.9%. Ejercerán un total de 3 mil 14 millones de pesos.
Sus resultados son bastante malos, lo que contrasta con el incremento significativo en su presupuesto. Por otro lado, las universidades públicas obtendrán sólo un aumento del 3.5% en su presupuesto.
Al comparar estos resultados y presupuestos, se puede observar cuál es la prioridad y la visión para la educación superior del país.