Durante los largos años de la hegemonía priista se generó el alumbramiento y crecimiento de una clase política a la cual identificaba su pertenencia partidista; podemos asentar que cada seis años había una singular alternancia porque con cada presidente llegaba un nuevo grupo político que, con tenues matices proseguía la inercia antecesora. Empero, esa sucesión no excluía el posible ajuste de cuentas contra alguno (s) del grupo gobernante anterior; algunos presidentes optaban por desaparecer gobiernos estatales afines al presidente predecesor, pero sin tocar a este), Ruiz Cortines (1952-1958) a Gómez Maganda, de Guerrero, por ejemplo. Miguel de la Madrid, ordenó desaforar al senador Jorge Serrano, quien se había desempeñado como director de Pemex con López Portillo, para mantenerlo en cautiverio durante su sexenio. Lo mismo había hecho López Portillo con Eugenio Méndez Docurro y Félix Barra García mandándolos a la cárcel. Es decir, había continuidad de gobiernos “emanados de la Revolución” pero no precisamente continuismo, el combate a la corrupción solo era solo un pretexto. En este espacio en alguna ocasión sugerimos la hipótesis de que la corrupción en el servicio público se reduciría sustancialmente si hubiera alternancia partidista en el poder presidencial, gubernaturas y alcaldías, la experiencia histórica ha demostrado lo erróneo de aquella tesis porque llegó la alternancia, pero la corrupción permanece vigente pese a un muy cuajado marco normativo e institucional diseñado para combatirla. También supusimos que con el venturoso arribo de la mujer a cargos de elección popular, alcaldías, gubernaturas, etc., la corrupción mermaría su glamoroso ímpetu, y erramos, lamentablemente.
En nuestra entidad hemos podido comprobar con rigurosa información objetiva que la corrupción es indistinta al partido en el gobierno, lo observamos en gobiernos priistas, el del PAN y en el de MORENA. Con Fidel (2004-2010) la corrupción aumentó sus decibeles, en el continuismo con Duarte de Ochoa (2010-2016) los abusos patrimonialistas se manifestaron de manera exponencial, como una extensión lineal del gobierno predecesor con la impunidad como bandera; Duarte paga con cárcel porque sirvió de parapeto de las malas andanzas de su antecesor y porque superó con creces su capacidad depredadora. A Yunes Linares le tocó un periodo muy corto de gobierno, dos años solamente, pero los trecientos millones almacenados por Winkler son evidencia pecaminosa; en los tiempos estelares de la CuartaT Cuitláhuac García, por omisión o por comisión, debería explicar el fabuloso tránsito de la penuria a la opulencia económica de muchos de quienes formaron parte del equipo que “gobernó” Veracruz entre 2018 y 2024, y no es pecatta minuta. En suma, no es a través de la alternancia política la mejor metodología para reducir la corrupción. Entonces, si la corrupción no es asunto de género, ni de partido político, ni se atribuye al continuismo ¿cómo combatirlo de raíz? Cuando Peña Nieto afirmó que la corrupción era un asunto cultural fue duramente increpado, nos damos por aludidos porque coincidimos.