Alcaldía, sindicatura o regiduría

En la escala de los valores políticos, en el nivel municipal lleva primacía, obviamente, la alcaldía, por orden de importancia le sigue la sindicatura y en menor escala las regidurías. Si algún ciudadano se preguntara por el servicio público que presta una regiduría a la población la respuesta sería afirmativa, por cuanto a su instalación en el esquema orgánico del ayuntamiento y las funciones que se le atribuyen, aunque, en contraste, en nuestra realidad...
miércoles, marzo 26, 2025
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El fraude más grande en la historia de México

La "elección" de jueces, magistrados y ministros de los poderes judiciales federal y local promete ser la estafa más grotesca en la historia de México. Sin reglas claras, con absoluta opacidad, el proceso no ofrecerá resultados preliminares ni contará con un sistema de conteo rápido. Toda vez que los partidos políticos tienen prohibida por ley su participación en este engaño colectivo, las boletas y las urnas estarán bajo la custodia exclusiva de las autoridades electorales que han demostrado sistemáticamente su sumisión total al proyecto político del Presidente López Obrador...

El inefable Irán Marcos

Sin tacto

En los inicios del semanario Punto y Aparte (PyA), hace unos 50 mil años, en donde fui jefe de redacción, dirigido y enseñado por Froylán Flores Cancela, un día llegó un paisano misanteco a hablar conmigo. Era Irán Marcos Zacarías, un joven que empezaba su carrera en el ambiente político y había alcanzado algún puesto en el PRI estatal, cercano a cierto político poderoso, de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme, pero eso es lo de menos.

Llegó a mi oficina, me saludó con la cordialidad de siempre, aunque de inmediato puso una cara de preocupación.

—Sergio, buenas tardes. Vengo a platicar contigo porque yo siempre consideré que Miguelito Molina era mi amigo, cercano en el afecto como tú lo eres, primo, pero me he dado cuenta de que no gozo precisamente de su simpatía…

Miguel Molina era reportero en el PyA y escribía notas de color que tenían éxito por su manejo del humor y por el uso de un lenguaje en ese entonces inusual en la correctísima forma de escribir de la época.

Y ciertamente habíamos publicado una croniquita de Miguel en la que describía con agudeza un evento de los priistas en el auditorio de su edificio estatal.

—Se me hace extraño que me digas eso, Irán —le repliqué—, porque sé de cierto que Miguel te tiene en buena estima y me lo reiteró el día del cierre de la edición. Yo leí, revisé y corregí el texto de Miguel, como es mi función hacerlo con todo lo que se publica en el semanario, y no recuerdo que te hubiera criticado.

—¡Cómo no! —saltó mi indignado amigo—. Me puso una cosa muy fea. Ahí lo puedes leer —y me enseñó un ejemplar, abierto en la nota de Molina—. Mira, mira, mencionó que yo había participado en el acto priista y me puso una palabra muy fea: ¡INEFABLE! Escribió exactamente, “Ahí estaba el inefable Irán Marcos Zacarías”.

—¿Y qué? —le dije—. Yo no le veo nada de malo a eso.

—¿Cómo que no? ¿Cómo que no? No me quieras decir lo contrario ante la evidencia que te estoy mostrando —el buen Marcos se iba apasionando y enojando.

—A ver, Irán —dije para empezar a contener su furia—, ¿tienes alguna idea de lo que quiere decir la palabra “inefable?

—Pues la verdad, no, Sergio. ¡Pero se me hace que es algo muy feo!

—Te faltó, mi querido Irán Marcos, un poco de conocimiento del idioma o cuando menos un diccionario, porque “inefable” es un término elogioso que puede traducirse como genial o indescriptible.

—Ah caray —respiró aliviado—. ¿Entonces Miguelito habló bien de mí? Mira nomás… Oye, y por cierto, ¿no está aquí para que le agradezca personalmente la mención?

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