miércoles, enero 29, 2025

Los gobernadores en las hegemonías priista y morenista

Juegos de Poder

Al momento de escribir estas líneas, Rubén Rocha sigue siendo el gobernador de Sinaloa. Ni él renuncia ni alguien lo obliga a renunciar.

La primera opción sería la más digna, natural y conveniente para abrir un camino de solución a la violencia en aquella entidad del país. Que el propio Rocha se diera cuenta de que su continuidad no abona a la gobernabilidad en Sinaloa, sino que, por el contrario, él mismo se ha convertido en parte del problema.

El día que Estados Unidos extrajo ilegalmente al Mayo Zambada se terminó el equilibrio político que existía en la entidad donde Rocha era funcional. Su presunta participación en la reunión en que se detuvo a Zambada y que terminó en el asesinato de su adversario, Héctor Melesio Cuén Ojeda, lo descalifica como un actor político creíble y viable.

La realidad es que el gobernador actual ya no es factor de estabilidad y control en el contexto de la guerra de las facciones de Los Chapitos y La Mayiza por el control del Cártel de Sinaloa.

La violencia ha escalado a tal punto que la sociedad sinaloense ya se movilizó en las calles para pedir su salida. Rocha Moya, sin embargo, ni entiende ni escucha. Por alguna razón que desconozco se aferra a la gubernatura.

No parece, entonces, que él vaya a renunciar, por lo que queda la alternativa de que lo presionen para que se retire.

¿Quién podría ser?

La respuesta obvia es la Presidenta de la República. Una llamada de ella podría convencerlo de que es lo mejor para el país. Ningún gobernador, sobre todo los surgidos de Morena, quiere perder la confianza de la jefa del Ejecutivo federal.

La pregunta, entonces, es por qué Claudia Sheinbaum no lo ha hecho.

Sus razones tendrá. Quizá el movimiento le deba algo muy importante a Rocha. Quizá el gobernador tiene algún tipo de información que podría perjudicar políticamente a Morena o a alguien muy importante dentro de ese partido. No lo sé.

Yo más bien creo que, al igual que AMLO, la actual Presidenta considera un signo de debilidad política aceptar que alguien de Morena se ha equivocado, ya no sirve y es mejor removerlo. Que políticamente es más barato sostenerlo que defenestrarlo. Que si lo destituyen sería un favor para la oposición.

Si éste es el caso, creo que se equivocan.

Para empezar, porque ya no hay oposición en México. Por ahí saldrían un par de políticos en desgracia a cacarear unos cuantos días la remoción de Rocha, sin mayores consecuencias para Morena.

En todo caso, el asunto más interesante sería la percepción de debilidad política al defenestrar a un compañero de partido, por más justificada que esté esa acción.

Durante su sexenio, López Obrador fue muy consistente en no aceptar errores ni castigar a nadie por ellos. Al responsable del mayor fraude que se descubrió en su gobierno, Ignacio Ovalle, de Segalmex, lo protegió moviéndolo a otro puesto gubernamental.

Parecería que Sheinbaum también quiere continuidad en esta práctica.

Sí, Rubén Rocha sería un gobernador fallido, pero sería su gobernador fallido y, por tanto, con derecho a permanecer en el poder hasta la ignominia.

De ser así, estaríamos viendo una diferencia importante con el otro régimen de partido hegemónico que tuvimos en México, es decir, el del PRI del siglo pasado.

Mientras que los gobernadores de Morena serían intocables, los del PRI siempre estaban en la tablita.

Si eran funcionales para el Presidente en turno, se quedaban. En cuanto se percibían como un fardo para el gobierno federal, se les fulminaba.

Esto era particularmente importante cuando se trataba de la estabilidad política de un estado. Los gobernadores podían ser muy corruptos, pero si la entidad que gobernaban estaba en calma, se les toleraba. Por el contrario, si eran honestos, pero había violencia o ingobernabilidad, del centro venía el manotazo para removerlos.

La caída de los gobernadores era una tradición priista que, a cabalidad, aplicó el último presidente de la hegemonía de ese partido en el siglo XX. Me refiero a Carlos Salinas. Durante su sexenio se removieron un total de 14 gobernadores, la mayoría de ellos defenestrados por sus malos resultados en materia de gobernabilidad.

En la hegemonía priista, Rocha Moya ya hubiera caído. En la morenista, ahí sigue, campante, sin credibilidad alguna, más muerto que vivo, pero vivo, al fin y al cabo. El costo de mantenerlo es la persistencia de la violencia en Sinaloa y, ahora, la protesta social.

¿Hasta cuándo?

  •   X: @leozuckermann

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