jueves, febrero 20, 2025

Ahí siguen los tiranos

Juegos de Poder

La última vez que viajé a Cuba fue en 1991, en medio del “periodo especial”. La escasez campeaba y prevalecía una economía de trueque. La gente estaba muy enojada. Todavía vivía Fidel Castro. Todo el mundo predecía, incluyéndome, que el régimen tiránico no duraría mucho más tiempo. 34 años después, ahí siguen. Parecen inamovibles.

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Como ahí sigue la tiranía chavista en Venezuela, a la que me ha tocado darle seguimiento desde que comenzó a gobernar Hugo Chávez, en 1999.

Ahora, desde luego, con Nicolás Maduro al frente. Se figura que no hay manera de sacarlos del poder.

Son dictaduras que han desarrollado mecanismos muy sofisticados para afianzarse y, la verdad sea dicha, al mundo le vale un cacahuate lo que está pasando en esos países.

A lo largo de los años he observado, con tristeza, cómo la democracia va feneciendo en Venezuela.

Día con día, Hugo Chávez se fue sacudiendo los pesos y contrapesos institucionales que caracterizaban a un régimen democrático.

El resultado ha sido una dictadura. Como en la antigua Roma, el presidente es el magistrado supremo con poderes extraordinarios. Un Ejecutivo que controla al Legislativo y Judicial, incluyendo a la institución que organiza las elecciones.

En una democracia no es posible que un solo gobernante haga lo que se le antoje sin que nadie lo cuestione. Que las minorías opositoras sean marginadas y no tengan la posibilidad de desafiar a la corriente mayoritaria. Chávez, y luego Maduro, a imagen y semejanza de su héroe, el dictador Fidel Castro, de Cuba, consolidaron el poder supremo de ordenar (o desordenar) lo que les apetecía.

Nicolás Maduro heredó la tiranía cuando Chávez falleció de cáncer en 2013. Este dictador, a pesar de haber perdido las elecciones del año pasado, sigue ahí; muy campante, aunque las actas electorales demuestran su derrota, tomó posesión por otro periodo más de seis años y mandó al exilio al candidato opositor que, de presentarse en territorio venezolano, sería encarcelado.

Terry Karl, politóloga norteamericana, estudió el proceso de democratización en Venezuela y el papel que jugó el petróleo en ella. En 1958, después de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, vino el Pacto de Punto Fijo, donde las distintas fuerzas políticas acordaron un régimen político para acomodar y procesar sus distintos intereses.

Esta democracia pactada terminó en un sistema de dos partidos dominantes que se iban alternando en el poder. Y, según Karl, los grandes recursos petroleros pagaron las cuentas de esta democracia subsidiando tanto a los negocios (la clase capitalista) como a los sectores populares (la clase trabajadora).

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La democracia pactada comenzó a resquebrajarse cuando los precios del petróleo cayeron en la década de los ochenta. Para los noventa, los partidos estaban desgastados y desprestigiados. Fue entonces que surgió la figura de Hugo Chávez, quien, en 1992, intentó un golpe de Estado que fracasó. El militar fue encarcelado y luego amnistiado.

En 1998 se lanzó como candidato presidencial y ganó las elecciones por un amplio margen. La ineficacia gubernamental para resolver problemas básicos de la sociedad permitió que un golpista se convirtiera en presidente. Y Chávez, que nunca fue un demócrata, comenzó el desmantelamiento lento y paulatino de la democracia en su país.

Chávez, a diferencia de Maduro, siempre contó con un gran respaldo popular en su intento de perpetuarse en el poder sin tener ningún contrapeso. Y, una vez más, como fue el caso de la democracia pactada, la renta petrolera financió este nuevo régimen político. El dictador tuvo la suerte de contar con recursos extraordinarios que repartió entre las clases populares. Gran parte de la población estaba muy contenta con el boom consumista que tuvo Venezuela durante años.

La triste conclusión es que la gente está dispuesta a tolerar a un dictador a cambio de buenas cuentas económicas. Es una historia conocida. Ocurre hoy en China. Ayer sucedió lo mismo en la Alemania de Hitler o en el Chile de Pinochet. El dinero que legitima al poder absoluto que corrompe absolutamente. La muchedumbre que vende su democracia por un plato de lentejas.

Y, cuando las lentejas se acaban, como es la situación actual en Venezuela, los dictadores suelen estar muy bien asentados en el poder, por lo que es muy difícil sacarlos.

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                X: @leozuckermann

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