El 1 de septiembre de 1997, en la primera legislatura donde el PRI ya no completaba la mayoría absoluta porque juntos, el PAN y el PRD, lo superaban en número. Por ese motivo la presidencia de la Cámara de diputados la ocupaba uno de la oposición: Porfirio Muñoz Ledo, a quien por ley le correspondía dar respuesta al informe presidencial rendido por Ernesto Zedillo. La longeva hegemonía priista había hecho de la sesión solemne de rendición de cuentas “el día del presidente», a quien solo faltaba quemarle incienso por su condición de semidios político. Pero en esa ocasión todo fue distinto porque el PRD era la primera mayoría y le correspondió elegir a Muñoz Ledo presidente de la Cámara en septiembre. Ya sin la supeditación política a cuestas, Muñoz Ledo discurseó: “Saber gobernar es también saber escuchar y saber rectificar. El ejercicio democrático del poder es, ciertamente, mandar obedeciendo. Lo que en última instancia significa el cambio democrático es la mutación del súbdito en ciudadano”, para concluir remató citando el juramento que los Reyes de Aragón hacían a finales del siglo XII: “Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos”. En esa memorable sesión, también dijo: “Que esta igualdad en que hoy descansa el equilibrio de las instituciones de la República se convierta en la forma de vida que heredemos a las futuras generaciones de mexicanos”. Ese fue el centro de la retórica usada por la izquierda mexicana cuando protagonizaba la oposición política en el país, buscaba una democracia con instituciones de contrapeso al poder, el legislativo haciendo leyes que interpretaran las necesidades nacionales, el ejecutivo administrando el recurso para solucionar los grandes problemas nacionales, y el judicial aplicándose a la correcta impartición de justicia. Ya en el poder, esa izquierda, o la fracción de esa izquierda, ha disminuido sustantivamente los contrapesos, aunque por el momento no estamos en condiciones de saber si a favor del Ejecutivo o del Legislativo.
No es ocioso el preámbulo porque lo que estamos observando en nuestra realidad política refleja indicios de un Pode Legislativo cuyos directivos en el senado y en la cámara de diputados parecen estar compitiendo con el Ejecutivo el reparto del poder, y no precisamente con afán de equilibrar la fuerza entre los poderes, sino para encimarse sobre los otros dos. En esa aparente estira y afloja media una motivación de autodefensa pues, pese a los evidentes diferendos entre Monreal y Adán Augusto, estos deben mantenerse en vela para evitar ser desplazados desde el Poder Ejecutivo. Por su parte, la presidenta Sheinbaum enfrenta una circunstancia inédita en el desempeño de su encargo porque las circunstancias que favorecieron su arribo a la presidencia llevaron inherentes concesiones que limitan su capacidad de operación en la política interna. Y por si no bastara, ahora se presenta la actitud beligerante del presidente Trump como un factor que está influyendo determinantemente en la política interna, obligando al gran viraje en el diseño del combate a la delincuencia organizada y manteniendo el amago arancelario como espada de Damocles. Esto último, y el “todos juntos valemos más que vos” subliminalmente devenido desde el legislativo hacen la carga más pesada al Poder Ejecutivo en tiempos del cambio.