Fue larga la lucha de Andrés Manuel López Obrador para llegar a ser presidente de la república, su intensa movilidad lo llevó a recorrer palmo a palmo el territorio nacional, recursos no le faltaron, difusión de esas correrías tampoco, porque personificaba la inconformidad nacional contra un sistema político ya desgastado a causa de la extensa travesía desde la Revolución Mexicana de 1910 que el PRI postulaba como su bandera. La tercera de AMLO fue la victoria contra ese régimen, porque ni en 2006 ni en 2012 fue posible derrocar al establishment, se logró en 2018 gracias a una correcta lectura de las demandas populares y al gobierno de Peña Nieto como esencia de la depredación. Dar fin a la corrupción apenas solo con ganar la elección, el ejercito a sus cuarteles, sustanciales mejoras al sistema de salud, reducir la violencia en el país, crecer económicamente al seis por ciento anual y no al “mediocre” dos por ciento del neoliberalismo. La proeza se consumó en 2018, una nueva clase política arribaba al poder, “no somos iguales” fue la premisa engatusadora para revestir las semejanzas. El zócalo volvió a ser la caja registradora del gobierno, la nación entera se ha vuelto a expresar con multitudes congregadas en torno a los nuevos líderes que marcan una supuesta diferencia.
Pero transcurrieron los seis años del gobierno cuyo postulado fundamental fue “primero los pobres”, que por cierto ya nadie lo recuerda ¿acaso porque ya no hay pobres? Sería un eufemismo del fracaso porque aumentó la población en condiciones de pobreza extrema, la inseguridad aumentó exponencialmente al amparo del “abrazos, no balazos”, las fuerzas armadas no regresaron a sus cuarteles porque están en condición más versátil, convertidas en constructoras y administradoras de empresas, aparte de combatir, ahora sí, a la delincuencia. En materia de salud cada día es más notable el desabasto de medicinas y lo peor es que no se ven indicios de para cuándo habrá solución a ese problema. En cuanto a la corrupción, Segalmex es emblemática expresión de que sigue más vigente que nunca, y recientemente, ya en el actual gobierno, las transas descubiertas en negocios multimillonarios en la compra de medicinas. Ahora, ya en el ejercicio del poder, es posible descubrir que el “no somos iguales” resultó un descomunal engaño, para comprobarlo bastan tres botones de actualidad: De la “elite” de “juristas” surgidas del molde de MORENA destacan tres ministras que disputan la presidenta del Poder Judicial: Lenia Batres, “la ministra del pueblo”, sin comentarios; Jasmín Esquivel mejor conocida como la ministra cuya tesis para recibir el título de abogada resultó una copia fiel de otra anterior; Loretta Ortiz, a quien le descubren un expediente en la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) para que sea investigada por presuntas irregularidades. Las tres fueron propuestas por AMLO presidente como inicio de una renovación moral del Poder Judicial, en un descuido una de ellas presidirá el Poder Judicial poselectoral. Sin duda son producto de un eructo político, uno más en nuestra desgastada forma de hacer política que bien requiere del valiente rugido: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.