Gobernar nunca ha sido fácil. Se puede comparar con una neurocirugía o el manejo de un reactor nuclear. El más pequeño error puede causar un cataclismo. La mercadotecnia, la frustración social y la falta de mejores opciones han permitido cosas insólitas como los 100 días que le bastaron a Trump para destruir el orden económico vigente. Llegan los populares, los simpáticos, los que tienen dinero para comprar votos, los que controlan los aparatos electorales, los que desaparecen a sus adversarios, pero no los que saben.
Y el asunto se pone peor cuando esos que llegan al poder no sólo desconocen la función de gobernar, sino que están imbuidos de un rencor monstruoso al que sólo superan su ambición incontenida, su estulticia y su incapacidad para entender la responsabilidad que tienen a cuestas. El ejemplo más claro e inmediato es el de Cuitláhuac García Jiménez, que multiplicó la corrupción, la represión y los malos gobiernos que había prometido combatir.
Tristemente no es el único. Hay muchos. Absolutamente empoderados, quizá peores y también impunes.
Mientras, los ciudadanos observamos pasivos la destrucción de la República y también la del terruño… El costo de la inexperiencia… y la ambición sin límites.