Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
Este 15 de mayo se conmemoró el Día del Maestro en México, una fecha que tradicionalmente se ha asociado con homenajes, aplausos y regalos. Pero más allá del festejo, esta ocasión debería invitarnos a una reflexión seria y profunda sobre lo que realmente significa ser docente en nuestro país. ¿Qué implica pararse todos los días frente a un grupo de estudiantes con realidades tan distintas? ¿Cómo se sostiene la vocación en medio de tantas carencias? ¿Qué tan justo es el trato que reciben quienes dedican su vida a formar a las futuras generaciones? Es momento de mirar más allá de los discursos y reconocer que la figura del maestro merece mucho más que un día en el calendario.
Ser maestro en México es un acto de resistencia. Por un lado, implica ser formador de conciencia crítica; por otro, significa enfrentarse a políticas erráticas, precariedad estructural y narrativas que con frecuencia minimizan o desprecian su labor. En regiones de Veracruz como el Totonacapan o la Huasteca, enseñar es sinónimo de sobrevivir: hay docentes que caminan horas, trabajan sin sueldo o enfrentan violencia de género.
A esta violencia institucional se suma la del crimen organizado. Los maestros de municipios como Coatzacoalcos, Acayucan, Orizaba o Martínez de la Torre han sido blanco de amenazas, extorsiones y desapariciones forzadas. ¿Cómo enseñar cuando la vida está en riesgo? ¿Cómo exigir resultados académicos cuando las clases se imparten bajo balaceras o en aulas improvisadas porque el plantel fue incendiado?
Sin embargo, pese a todos estos desafíos, miles de maestras y maestros siguen adelante. En cada rincón de Veracruz —desde las zonas urbanas hasta las más apartadas— hay quienes preparan sus clases con esmero, quienes se reinventan para enseñar sin electricidad o internet, quienes se convierten en psicólogos, enfermeros, mediadores y confidentes de sus estudiantes. La pandemia por COVID-19 también puso a prueba la resiliencia del gremio: muchos docentes enfrentaron clases virtuales sin las herramientas necesarias, adaptándose por voluntad propia a un modelo híbrido sin capacitación formal.
Además, los retos no se detienen. La irrupción de las tecnologías, la inteligencia artificial y las nuevas metodologías exige una actualización constante que rara vez se ofrece desde las instituciones. Los maestros pasaron de la tiza al Zoom en tiempo récord, sin internet estable, sin computadoras propias, sin cursos ni acompañamiento.
Pero además de la precariedad estructural, la educación en Veracruz enfrenta una profunda crisis institucional. La Secretaría de Educación del estado ha sido ocupada por autoridades sin experiencia, muchas de ellas ajenas al ámbito educativo. Por ese cargo han pasado perfiles que van desde un bailarín exótico y un policía hasta políticos improvisados que jamás han pisado un aula como docentes. Esta desconexión con la realidad del magisterio ha dado lugar a decisiones insensibles, errores graves y una falta de autoridad moral que genera malestar entre los docentes.
Uno de los ejemplos más recientes fue el evento conmemorativo del Día del Maestro en el World Trade Center, donde las medallas prometidas a quienes llevan más de 30 años de servicio simplemente no llegaron. La protesta no se hizo esperar: cientos de docentes interrumpieron el acto coreando “¡medallas, medallas!”, visiblemente molestos por la falta de reconocimiento. La improvisación de las autoridades fue abucheada en cadena nacional, dejando en evidencia la ineptitud institucional y la ausencia de empatía.
Los problemas se agravan con prácticas como el comisionismo sindical y el fenómeno de los aviadores. Los primeros son docentes que no pisan un aula pero siguen cobrando salarios y obteniendo privilegios. Los segundos son personas que figuran en la nómina sin desempeñar función alguna. Ambos casos representan una sangría de recursos y una burla al esfuerzo de quienes sí enseñan.
El deterioro del sistema educativo veracruzano no es un accidente, sino el resultado de una política pública improvisada, deshumanizada y corrupta. La educación pública está secuestrada por intereses políticos y sindicales que obstaculizan cualquier posibilidad de transformación.
Veracruz figura entre los últimos lugares en desempeño educativo a nivel nacional. Las pruebas Planea y del INEE revelan deficiencias graves en comprensión lectora, matemáticas y ciencias. La deserción escolar persiste, especialmente en zonas rurales e indígenas, donde el acceso a la educación es intermitente y precario. Planteles sin sanitarios, mobiliario en ruinas y escuelas sin maestros son parte del panorama cotidiano.
Los sindicatos han dejado de representar al magisterio. Hoy operan como estructuras de presión política, con cuotas obligatorias, venta de plazas, comisiones injustificadas y amenazas veladas. Muchos docentes se ven obligados a acatar decisiones sin fundamento pedagógico, firmar documentos en blanco o participar en actividades políticas disfrazadas de formación.
Lo más grave es que estos comisionados no rinden cuentas, no son evaluados y, muchas veces, ni siquiera tienen una función clara. Son parte de una estructura paralela de poder que sabotea los principios básicos de justicia laboral y calidad educativa.
Y si los comisionados son un problema, los aviadores son el cáncer terminal del sistema. Se trata de personas que cobran sin trabajar, que figuran en las nóminas como docentes, administrativos o personal de apoyo, pero que nadie conoce en las escuelas donde supuestamente están asignados. En algunos casos, se trata de compromisos políticos: familiares de funcionarios, exdirigentes sindicales o “recomendados” de altos mandos. En otros, son maestros que emigraron a otros estados o países, pero que siguen cobrando gracias a las redes de protección. También los hay dentro del propio magisterio: docentes que abandonan las aulas, falsean horarios o consiguen incapacidades eternas para no trabajar, pero cobrar puntualmente.
Estos aviadores no solo drenan el presupuesto educativo —que ya es limitado—, sino que roban oportunidades a miles de jóvenes que aspiran a una plaza y a millones de niños que merecen maestros frente a grupo.
Veracruz necesita una transformación profunda y urgente. Se requiere depurar la SEV, auditar los recursos, revisar las comisiones, eliminar aviadores y reformar a fondo los sindicatos. Pero, sobre todo, se necesita dignificar al magisterio, reconocer su trabajo real, respetar su autonomía y profesionalizar la administración educativa.
Mientras tanto, la historia reciente parece gritar una advertencia dolorosa: cuando la educación cae en manos de la ambición política y la corrupción sindical, lo que se pone en juego no es un sexenio… es el futuro de toda una generación.
Hoy se exige a los maestros que enseñen competencias, que promuevan valores, que conozcan a fondo a cada estudiante, que innoven, que evalúen con justicia, que estén al día con las reformas, que comprendan paradigmas psicopedagógicos, que usen la IA sin caer en el plagio, que diseñen material creativo, que sean empáticos, resilientes, eficientes, tecnológicos, cercanos… Es decir, que sean superhumanos. Y aun así, lo intentan.
La imagen del maestro ha sido distorsionada. Los medios de comunicación han contribuido a reforzar estereotipos: el maestro flojo, el sindicalista problemático, el servidor que se resiste al cambio. Rara vez se visibiliza al docente que da clase en comunidades indígenas, al que paga su propio transporte, al que enseña en aulas improvisadas, al que inspira vocaciones o rescata a un alumno del abandono. La dignidad del magisterio ha sido erosionada por décadas de abandono estructural, recortes presupuestales y reformas impuestas desde escritorios lejanos.
La remuneración tampoco corresponde al esfuerzo. Aunque se han anunciado aumentos, muchos siguen trabajando sin cobrar, sin prestaciones, sin reconocimiento. El salario no alcanza a cubrir el desgaste físico, emocional y profesional. La vocación, aunque esencial, no basta. Se necesita una política educativa que ponga en el centro al maestro, no como ejecutor, sino como protagonista del cambio.
Ser maestro en México es más que una profesión. Es una decisión política, ética y emocional. Es formar seres humanos capaces de pensar, cuestionar y transformar. Es construir ciudadanía, cultivar la empatía, modelar la convivencia. Es enseñar a vivir. Por eso, el Día del Maestro no debe ser solo un homenaje simbólico. Debe ser una exigencia colectiva para revalorar, respetar y acompañar a quienes sostienen el sistema educativo con esfuerzo diario.
Que no se nos olvide: sin maestros no hay nación posible. Y mientras no los escuchemos, no podremos construir el país que merecemos. Ser maestro en México es un acto cotidiano de amor, coraje y fe. Y eso merece mucho más que aplausos.
Merece justicia.