Si algo pretendieron ser durante tantos años, era definirse como moralmente superiores. Les parecía merecido el pequeño, casi insignificante pedestal de su supuesta superioridad moral, para desde esa muy escasa altura, señalar con su dedo flamígero cualquier acto que les parecía inmoral.
Se encumbraron en el poder como líderes de una nueva moral nacional con su reducido mantra de no robar, no mentir y no traicionar. Eran los depositarios de todo lo que es moral en esta nueva transformación nacional.
Lo malo de esta pretendida moralidad es que pasaron a señalar de inmorales a cualquiera que no estuviera de acuerdo con ellos o que simplemente tuviera dudas. Era de esperarse, siempre que los políticos hablan de moral en sus corazones albergan otras intenciones.
Les pareció tarea sencilla eso de definir y calificar lo que era moral y lo que no, después de todo, el que es dueño de la narrativa puede hacer lo que le dé la gana. Así pasamos de lo inmoral del pasado a la nueva moralidad del presente.
No hay sorpresa, solo hay sorprendidos. El discurso de la moral desde el poder solo los acerco al pensamiento y la lógica dogmática religiosa, cada día se asemejan más y más a una secta. Estoy convencido que hay millones de mexicanos que celebran cada palabra que se hace desde el púlpito de Palacio Nacional, no se trata, creo, de una incongruencia en su racionalidad, es en todo caso, la inclinación cultural del mexicano por el pensamiento mágico y la esperanza de un redentor que nos socorra de nuestras desgracias.
Es posible que este pensamiento mágico sea producto de nuestra idiosincrasia no tan nacional y única, la compartimos con toda la América Latina. Nos cautivan los líderes fuertes que nos protejan y cuiden, no importa si en el camino sufrimos y somos desamparados, siempre estará con nosotros la esperanza de una vida mejor.
Es en lo anterior que, sin la menor duda, puedo asegurar que los mexicanos no somos ni seremos en mucho tiempo modernos, nuestro apego a la esperanza cada seis años de un redentor que nos salve, cada vez lo encuentro más parecido a un pensamiento religioso.
No creemos en la ley, no comprendemos la ciencia, nuestras decisiones no las estructuramos con la realidad, queremos y tenemos la esperanza que alguien nos proteja de nosotros mismos, nos cautivan los líderes que nos dirijan a una vida mejor.
Lo curioso de todo esto, es que este pensamiento mágico no es tan usual en los mexicanos de menores grados de estudio, es, por el contrario, más común en aquellos que se dicen intelectuales y progresistas.
Cuando se den cuenta que mucho de lo que aplauden y festejan se parece tanto a mis clases de catecismo cuando era niño.
Mientras tanto, que disfruten su superioridad moral.
Les aseguro que será efímera.
Jorge Flores Martínez
Twitter: @jorgeflores1mx