Eso de que el pecho del presidente Andrés Manuel López Obrador no es una bodega genera más problemas que beneficios. No es un acto de honestidad, sino a veces de irresponsabilidad -como cuando revela documentos confidenciales de otros gobiernos-, o en ocasiones transmite el mensaje contrario al que uno piensa que pretende. Tal fue el caso el sábado, cuando después de regresar a Palacio Nacional tras un cateterismo, sugirió que su salud no había estado bien en los últimos momentos, que no había estado gobernando plenamente y que aunque ahora se había recuperado por completo, había escrito un “testamento político” para que, si muriera en el cargo, se mantuviera la estabilidad en el país y continuara el proyecto que llama cuarta transformación.
Su candor generó muchas preguntas sobre su salud y sobre lo que tiene en la cabeza para mantener al poder, si no de manera directa, a través de instrucciones post mortem, que denominó como su “testamento político”. ¿Qué lo impulsó a hablar improvisadamente sobre un tema tan delicado? Sigue sin entender que, como Presidente, su palabra tiene un gravitas diferente al del resto de los mexicanos, y dejar sobre la mesa la posibilidad de su muerte en el cargo no genera certidumbre sino lo contrario.
Hay dos ejes preocupantes, el que tiene que ver con su salud en específico y el del proceso de transición constitucional en caso de muerte. Ambos tienen que ver con la seguridad nacional. Para el Presidente, como dejó claro en un mensaje videograbado el sábado, su vida y la transición van encadenadas, pero no por la vía institucional, sino de la imposición política. Sus palabras textuales fueron claras: “Yo tengo un testamento político, no puedo dejar un país en un proceso de transformación, no puedo actuar, por responsabilidad… con estos antecedentes del infarto, la hipertensión, mi trabajo que es intenso, sin tener en cuenta la posibilidad de una pérdida de mi vida, ¿cómo queda el país? Tiene que garantizarse la gobernabilidad, entonces tengo un testamento para eso”.
¿Qué significa su “testamento político”? Hoy va a tener que precisar a qué se refería, porque lo que puede interpretarse es que deja amarradas las cosas para que el Congreso de la Unión elija como presidente sustituto a quien él quiera para que continúe su obra. El “testamento político” no significa necesariamente una ruptura constitucional, como algunos lo vieron, ni haber hecho a un lado el artículo 84 que establece que en caso de falta absoluta del Presidente, el Congreso de la Unión nombra a un interino -si se da en los dos primeros años de gobierno- o a un sustituto -si sucede en los últimos cuatro-, en un plazo no mayor de 60 días, durante los cuales el cargo lo asumiría provisionalmente quien encabece la Secretaría de Gobernación. La designación se haría por medio de una votación, que requiere mayoría calificada.
Lo que López Obrador dejó entrever, pero obliga a una clarificación de su parte, es que en ese “testamento político” deje las instrucciones a sus bancadas y aliados con el nombre de la persona que quiere que sea electa sustituta. Morena y los partidos en la coalición gobernante no tienen la mayoría calificada en el Congreso, pero en una situación de esa naturaleza, donde efectivamente la falta absoluta de López Obrador generaría una indeseable inestabilidad por la forma centralizada y absolutista de como ejerce el poder, es altamente probable que los partidos de oposición prefirieran votar con Morena a fin de que, al ser una orden de López Obrador, quien resultara electa o electo de esa votación en el Congreso de la Unión, tuviera la legitimidad ante la izquierda social radical entrenada desde hace años por el hoy Presidente en la desestabilización política.
La pregunta sería si el “testamento político” reproduciría un fenómeno como el que pretendió Evita Perón, o si ante una candidatura sin ángel y a la que se le ven pocas alas para volar, sería Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, quien retomara el estandarte de su proyecto. Por supuesto que estas son especulaciones, pero si la preocupación de López Obrador es quién puede concluir lo que empezó, necesita que quien le suceda no solamente lo apoye y respete, sino que esté identificado con él y esté ideológicamente comprometida o comprometido con su proyecto. No sobran en su entorno. ¿Rocío Nahle? ¿Manuel Bartlett? ¿Alguno de los moneros de La Jornada? ¿Su segundo hijo? ¿Sus cuates tabasqueños?
López Obrador necesita, por razones de gobernabilidad y estabilidad, despejar las dudas que despertó su mensaje, donde dejó entrever que su estado de salud no se encuentra tan robusto como parecería. Es cierto que de manera regular, desde 2013 cuando tuvo el doble infarto que por poco lo mata, acude regularmente a una revisión de rutina, pero en donde lo operaron, Médica Sur, no en el Hospital Central Militar, a donde nunca había ido. El Presidente toma diariamente medicina para la hipertensión, que tiene controlada y desde antes de asumir la Presidencia los doctores le recomendaron no caminar como antaño, por problemas en la espalda.
Nada de esto le impedía hacer bien su trabajo, aunque en el video sugirió otra cosa. “Los médicos me dicen que puedo hacer una vida normal. Es decir, que me puedo aplicar a fondo y que hay Presidente para un tiempo, el necesario, indispensable, el básico para llevar a cabo los cambios, la transformación”, señaló. ¿Qué dijo exactamente? ¿Que los doctores pronostican que su horizonte de vida le permitirá terminar su sexenio? Si esto fuera cierto, ¿el diagnóstico es infalible?
“Estoy muy tranquilo y muy contento porque tenemos que consumar la obra de transformación”, agregó. “Pero nos falta un tramo, hasta setiembre de 2024, sí así lo dispone o lo sigue disponiendo el Creador, la Ciencia, la naturaleza”. Ciertamente, los mexicanos necesitamos que López Obrador disipe la tolvanera que levantó y explique lo que, ya con más aplomo, quiso decir.