Como un Narciso que se asoma al reflejo del agua para admirar su imagen, México entero vio horrorizado y con dolorosa claridad la imagen de lo que nos hemos convertido por la violencia normalizada, pero constante y creciente de los últimos 15 años: una República y una sociedad donde la ausencia de autoridad y la inexistencia de un Estado de Derecho hace que un puñado de violentos impongan el terror por medio de la fuerza, la crueldad y el salvajismo, mientras las familias y el resto de los mexicanos huimos despavoridos y las autoridades sólo observan, complacientes, ineptas y cómplices, cómo a sus gobernados los golpean y asesinan salvajemente, cómo son pateados en el suelo, inconscientes, en un espectáculo sanguinario que al mismo tiempo nos provoca náuseas, dolor y vergüenza al descubrir nuestro rostro actual.
Se siente un hueco en el pecho, un dolor profundo en el alma nacional cuando se ve de manera tan cruda y tan salvaje, lo que han logrado ya dos sexenios y medio de gobiernos fallidos en contener y controlar la violencia y la anarquía que campean en el país. Tres presidentes incapaces e ineptos en erradicar el cáncer de sangre, terror y muerte que corroe la vida de esta República y de sus habitantes: Felipe Calderón, que declaró una guerra perdida que nos bañó de sangre y nos robó la paz y la inocencia; Enrique Peña Nieto, que prefirió robar mientras la nación se desangraba y él simulaba contener la hemorragia, y Andrés Manuel López Obrador, que prometió la pacificación y llegó para rendirles pleitesía a los narcos, engordar al Ejército mientras los saca del combate al crimen y mira para otro lado.
No es difícil advertir que el mismo nivel de violencia, polarización y confrontación que estalló en ese estadio es el que hoy existe en el ambiente político nacional y entre la misma sociedad dividida y polarizada. En ese sentido las salvajes barras futboleras no son tan distintas de las envenenadas barras políticas que actúan con el mismo nivel de primitivismo y crueldad en contra de sus adversarios.
El discurso de odio y de violencia que todas las mañanas repite el presidente López Obrador y la respuesta no menos violenta y venenosa con la que le responden las élites políticas y económicas a las que ataca, son una versión refinada y oculta de la masacre futbolera en Querétaro.
Incluso, la violencia y la crueldad política que también campean por la República no sólo es entre rivales políticos, los mismos miembros de este gobierno, cuando se pelean entre ellos, pueden ser tan crueles y salvajes como los jóvenes que mancharon sus tenis de sangre de tanto patear a los del equipo contrario.
¿Qué nos extraña entonces y nos asombra del espectáculo grotesco y cruel que presenciamos en la cancha? Nos horroriza vernos la cara deformada que tenemos como sociedad. Nos azora sabernos solos e indefensos ante los violentos, salvajes y criminales que no respetan la ley ni la convivencia civilizada porque las autoridades que debieran defendernos hoy se niegan a aplicar la ley y han renunciado al uso de la fuerza pública por una supuesta “estrategia pacifista” que abraza a los criminales y ataca y condena a los ciudadanos críticos. Nos duele reconocer que nos hemos acostumbrado a la violencia, que nos hemos vuelto indolentes e insensibles ante el dolor de los demás y justificamos el asesinato de otros “porque seguro andaban en malos pasos”. Y nos asusta aceptar que somos un pueblo incivilizado, sanguinario y cruel con un gobierno inepto, ineficaz y demagógico que a estas alturas ya no sabemos si lo merecemos o sí simplemente lo padecemos pasivamente porque seguimos siendo una sociedad de apáticos y agachones… Los dados mandan Escalera Doble por la República azorada.