domingo, diciembre 22, 2024

A pesar de ello.

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La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.

Julio Cortázar

La indignación social sobre los terribles sucesos y condiciones que la cotidianeidad nos presenta, parecen durar un suspiro, y de ahí, a otra cosa. Mala costumbre la de mirarnos sin mayores estupores ante nuestras tragedias, pues parecieran socavadas las posibilidades de la crítica reconstructiva.

Los gobernantes apuestan a la desmemoria e indolencia que nos caracteriza, o al “reconocimiento” de una realidad “normal” hacia la cual poco o nada podemos hacer por cambiarla, por mejorarla, porque se parte de un principio bien documentado de que todos los políticos y los gobernantes son iguales, de ahí que ante cualquier ejercicio público, es lo mismo solapar o pasar por alto los yerros u omisiones, e incluso los claros delitos cometidos precisamente por esos ejercicios descompuestos e impúdicos que continúan presentándose.

Los dolorosos sucesos alrededor de la violencia que nos ahoga con la sangre que se derrama, el asedio de los temores por la vida y los patrimonios amenazados todos los días, sin tener resguardo o protección de las autoridades, ubicándonos como ciudadanos en un absoluto estado de indefensión frente al crimen.

Hechos que se respaldan con lejanos o ausentes ejercicios de gobiernos, que maniobran tan solo discursivamente, sin estrategias claras, sin eficacia, simulando combates a las condiciones que se nos presentan porque en realidad no acuden por incapacidad o complicidad.

La derrota que sufrimos socialmente se manifiesta con la cada vez más lejana capacidad de soñar en cambiar; las esperanzas para millones siguen muriendo a manos de un realismo que favorece la insolidaridad, la complicidad, el voltear la cara, o peor aún y con el hartazgo que se forja ante la impunidad, la justificación de que la justicia solo se podrá hacer presente si es por propia mano.

Entrampado en la vorágine del terror, nuestro país sufre frente a la violencia y la inseguridad que, junto a la creciente corrupción, son los identificados como principales y primeros problemas. Súmele la violencia económica que acentúa nuestros niveles de pobreza familiar, donde millones padecen hambre y viven indignamente por el desempleo, los bajos salarios y el alto costo de la vida.

Los anteriores elementos generan esa ruptura social que se alimenta también desde la lógica de unas élites económicas y políticas obtusas, insolidarias y confinadas a la protección de sus intereses, de sus verdades, de sus dogmas. ¿Cómo no reconocer que lo hecho hasta ahora no abona a mejorar las condiciones sociales?

Tirios y troyanos, gobernantes y opositores, en su mayoría, actúan en supuestos de autoengaño, libran las batallas por una sociedad que en la vía de los hechos se distancia cada vez más de ellos.

Caminamos entrampados en los denuestos como pesadas losas, forjados en una polarización que limita o cancela las posibilidades de superar nuestros problemas, y a pesar de ello, aún habemos personas que apostamos al poder de la voluntad de diálogo, de los acuerdos entre diferentes, que mantenemos la esperanza de cambiar hacia la mejora social compartida.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

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