Un tema de singular importancia subyace en el áspero debate entre el presidente López Obrador y sus opositores, consiste en saber si el proyecto de nación planteado por el primer mandatario podrá trascender y subsistir una vez que abandone el cargo. Este episodio comenzará a tener mayor vigencia con el paso de las semanas porque al actual presidente se le acaba el tiempo y se verá en la necesidad cada vez más ingente en dejar un (a) sucesor (a) que continúe el Movimiento iniciado en 2018. En su discurso diario el propio presidente deja ver su preocupación para que así sea, de allí su adelantada convocatoria a votar “parejo” por MoReNa en los cargos de presidente y legisladores, porque así conjuntaría, como ahora, pero sin bloques en contra, dos poderes bajo el mando presidencial y podrá llevar a cabo los cambios al marco normativo que más convengan. En la lógica de la decadencia de su poder, el presidente reitera que la transformación no es tarea de un solo hombre, pues exige continuidad en el esfuerzo. Ignoramos si AMLO conseguirá su propósito de instalar un nuevo régimen político, pero sin duda, ya más cerca de su ocaso, percibe con más claridad las corrientes en contrario y que estas podrían fortalecerse con el paso de los días. Y ya en la hipótesis, también podríamos ser testigos de una sensible metamorfosis del presidente convirtiéndose por efectos de las circunstancias en abierto promotor de la candidatura de su partido De allí que como todo estratega electoral ponga énfasis en la elección en el Estado de México, una entidad con el mayor número de votantes de toda la república, que si la ciudadanía favorece a MoReNa este partido irá en caballo de hacienda a la elección de 2024, lo contrario significará un duro revés pues la cercanía con la gran CDMX potenciaría un fuerte enclave oposicionista, subrayadamente motivante para la corriente opositora. Sus experiencias de vida confieren al presidente capacidad para discernir sobre el influjo del poder político en la veleidosa condición humana, de allí que escoger un (a) sucesor (a) a modo conlleva riesgos implícitos de una decepción, o, peor, de traición, pues el poder político difícilmente se comparte. Al régimen de dominio priista le fue posible consolidarse porque su eje rector fue la Revolución Mexicana, que servía como elemento de cohesión en la sucesión presidencial, una continuidad sin continuismo pese a que hubo esfuerzos para que así fuera; con la consiguiente decepción. En cada relevo presidencial se establecía una genuina alternancia de grupos políticos cuyo compromiso teórico consistía en cumplir los dictados de la Revolución Mexicana. MoReNa aún no tiene bien definidos sus paradigmas, que no sea el de desaparecer al “Viejo” régimen. ¿A cambio de qué? aún no lo sabemos, porque el bienestar social que postula no dista sustancialmente de la Justicia Social enarbolada teóricamente por el PRI y en esencia resulta lo mismo, aunque con las variantes del caso. En todo movimiento social la evolución política resultante debe atender a los tiempos y las circunstancias, por lo cual prevalece la incógnita: ¿podrá AMLO manejar el destino del país después de octubre de 2024? ¿Quién acceda al cargo de presidente compartirá su poder con su antecesor? Son preguntas sofísticas, porque en primer término debemos esperar a saber cuál será el resultado de la elección presidencial 2024 y quién el vencedor, a partir de allí conoceremos las respuestas.