“El principio del gobierno constitucional es conservar la República; la del gobierno revolucionario es fundarla… Bajo el régimen constitucional es suficiente con proteger a los individuos de los abusos del poder público; bajo el régimen revolucionario, el propio poder público está obligado a defenderse contra todas las facciones que le ataquen…” así pontifica Robespierre en la “Teoría del Gobierno Revolucionario”. Si el gobierno de López Obrador cubre el requisito para alcanzar la categoría de “Revolucionario” no corresponde a este espacio dilucidarlo, porque no es nuestro propósito fastidiar en tiempos navideños con lucubraciones teóricas, sino apenas un intento por divisar el acontecer de nuestro país en tiempos de un gobierno cuyo discurso varía del modelo acostumbrado y provoca reacciones al interior del contexto social. No es inédita la crítica periodística hacia un presidente de la república, ese es un fenómeno recurrente en cualquier país con forma de gobierno democrático. Con sus correspondientes matices recordamos cuando durante el gobierno del presidente Díaz Ordaz las instalaciones de un Diario capitalino de perfil cotidianamente crítico al gobierno fueron consumidas por el fuego y nunca más volvió a ver la luz de la calle. Es histórico el episodio sobre la salida de Julio Sherer y solidarios colaboradores de Excélsior, en 1976, confrontados con el presidente Echeverría; es muy recordado aquel “no te pago para que me pegues”, expresado por el presidente López Portillo cuando su gobierno negaba publicidad a Diarios (a Proceso incluido) en desquite de las críticas recibidas; tampoco de la Madrid libró esa clase de desencuentros, ni Salinas (Colosio, Ruiz Massieu), ni Zedillo (Acteal) salvaron esa condición. En este siglo Vicente Fox fue blanco de severas amonestaciones en los medios, Calderón tampoco la libró, y quien se llevó medalla de oro en este aspecto fue Peña Nieto a partir del reportaje de Aristegui sobre la “Casa Blanca”. Es decir, la confrontación de algunos medios con el poder político forma parte de la democracia, una forma de gobierno que privilegia la libertad de expresión y de pensamiento en un universo plagado de intereses varios. Entonces, ¿por qué debemos extrañarnos de la actual pugna gobierno- medios de comunicación? Ensayemos una respuesta: porque existen claras diferencias: en las disputas de la narrativa retrospectiva la relación pugnaz se circunscribía a algunos medios y a ciertos periodistas, no despertaba siquiera la tentación de manifestar solidaridad entre los propios comunicadores, se conocían los motivos de la pugna y, debemos anotarlo, los medios no antagónicos preferían mantenerse en defensa de las canonjías obtenidas en su relación con las esferas del poder. Lo inédito del caso actual radica en la configuración de dos frentes: por un lado milita la casi generalidad de los medios, y por el otro, el gobierno que los confronta y afrenta. Es un diferendo cada vez más radicalizado, de este desencuentro ignoramos el desenlace, pero si nos atenemos al decurso histórico de esta clase de desafíos debemos coincidir en que, el político porta una condición más perecedera que la del reportero, el articulista o el analista, y en esa perspectiva, a la larga el gobernante está en desventaja debido a lo efímero de su encargo. Por otro lado, debe acentuarse, a no pocos de quienes integran uno de los bandos en pugna les corresponde la oportunidad de escribir la anécdota o la historia de los procesos sociopolíticos, condición que le otorga la oportunidad de señalar, con sus propios datos, incluidas las fobias y las filias, lo que considera relevante en un periodo de gobierno, he allí el detalle.