La corrupción en las diferentes áreas del servicio público en nuestro país es un problema endémico, de ese fenómeno existen constancias inequívocas durante la Colonia, el virreinato, la independencia, y permanece hasta nuestros días; en ese largo trance ni la Iglesia ha estado exenta de padecerlo, como lo documenta el execrable uso de la venta de indulgencias entre otras argucias; y sin duda, al interior de la estructura de los órganos públicos fue parte fundamental de los usos y las costumbres. Por esto último es posible afirmar que la corrupción en México es parte inherente de nuestro costumbrismo social. Durante el gobierno de Carranza fue de uso común el término de “Carrancear” como sinónimo de corrupción, y ya en la etapa posrevolucionaria, fue proverbial la festiva frase de Obregón “Nadie resiste un cañonazo de 50 mil pesos”. La prolongada hegemonía priista (1946-2000) en la administración pública y en la política ha prohijado la inercia de identificar al priismo como sinónimo de corrupción, nada más inexacto, si bien es innegable que el patrimonialismo en el ejercicio del poder fue de elevado tono, tal cual lo manifestó el expresidente Emilio Portes Gil cuando en admonitoria sentencia lo resumió: “En México, cada seis años sale una comalada de nuevos ricos”. Fue, es, un fenómeno recurrente en México, y en esta aldea lo seguimos observando pese a las alternancias políticas habidas en el poder público. Sin embargo, es muy probable que haya una estrecha correlación entre las alternancias partidistas en las diferentes esferas del poder (municipal, estatal y federal) con las denuncias de malos manejos del antecesor en el cargo, actitud que obligó a crear los órganos encargados de fiscalizar la aplicación del recurso público, es tal vez la raíz del origen de los órganos de fiscalización federal y estatal (ASF y Orfis). Si observamos en detalle podremos descubrir cierto correlato entre las denuncias anticorrupción con la llegada de actores políticos de diferente signo partidista, porque ya sin esa atadura y por la natural pugna por el poder el recién llegado se encargó de descubrir sin complicidades las tropelías del antecesor. De los ayuntamientos se escaló a la administración estatal, cuando por vez primera un partido de oposición (PAN- 1989) logró el gobierno de una entidad federativa, en Baja California Norte, y el recién llegado /Ruffo Appel) denunció las corruptelas de su antecesor. En la década de los noventa se sucedieron en la alternancia Guanajuato, Aguascalientes, SLP, Michoacán, Chihuahua, Sonora, CDMX, etc., y ya nada fue igual, porque en 2000 se produjo la primera alternancia en la presidencia de la república. Por eso no deben extrañar los actuales señalamientos sobre la corrupción, aunque ahora se apuntan desde el sitial presidencial, y en esto estriba la diferencia. Pero en esencia así ha venido ocurriendo durante ya muchos años, pese a ello la lucha contra ese monstruo de patología social que es la corrupción no parece hacerle mucha mella. Ojalá esa batalla no la vayamos a perder, porque ya estamos a punto de exclamar como “Chespirito”: ¿Oh! Y ahora, ¿quién podrá salvarnos? Es pregunta.