En la medida del desarrollo de los acontecimientos vinculados al proceso sucesorio en Morena, el partido oficial, se irá esclareciendo el futuro inmediato de sus principales actores, habrá reposicionamientos entre los grupos en pugna por la candidatura, la distancia entre los aspirantes se irá ensanchando, pudiera haber alguna alianza entre ellos para enfrentar al otro, la madurez y la experiencia en esa lides exhibirá el temple de cada uno de ellos y todo será observado por el líder máximo, el presidente López Obrador, a cuyo encargo queda la última palabra. El mismo presidente está a la vista de todos los observadores, pendientes de cada uno de sus gestos y de sus expresiones para adivinar, conjeturar o deducir cuál será su actitud una vez decidida la candidatura de Morena, pues en su torno se tejen muchas especulaciones, entre la más destacada está la que borda sobre su prurito de mantener el control en la implementación de su proyecto de nación. Esa especulación encuentra base histórica en nuestro país por aquello del Maximato callista, pero en los hechos se ha demostrado que quien asume la investidura presidencial recibe también el poder inherente a la calidad de un semidiós cuyo poder ni se discute ni se comparte. Así ha sido desde Cárdenas, aunque nunca falta la excepción a la regla. En la secuencia de los reacomodos propios de estos movimientos, debido a la variedad de cargos que estarán en juego, surgirán personajes hasta ahora tras bambalinas, muy propio de un régimen democrático y republicano. En cuanto corresponde a Morena ya conocemos las reglas diseñadas para que en el proceso electoral no se filtren situaciones disruptivas y se mantenga en lo posible la unidad en un Movimiento que aún no acaba por consolidarse, su fundador lo sabe y ha puesto especial interés en acomodar los procedimientos para evitar fisuras graves. En el decurso de los preparativos sucesorios fue bastante notoria la forma en cómo el líder del Movimiento apaciguó los ánimos del senador Ricardo Monreal cuando parecía tomar velocidad como precandidato y hasta la oposición lo cortejaba, le aplicó el método del congelamiento para reducir sus márgenes de protagonismo auspiciados por su importante posición como presidente de la JUCOPO en el senado, así lo mantuvo por dos años hasta cuando consideró oportuno pasarle el ayate por la espalda e inmediatamente lo volvió a meter al juego sucesorio, pero ya bastante menguado, de tal manera que no pone en riesgo su proyecto sucesorio basado en tres aspirantes principales a fin de escoger de entre ellos a quién será su candidato a la presidencia. Pero Monreal es un actor político de primer orden y hace olas, su experiencia es invaluable en los menesteres de la cosa pública y muy susceptible de ser aprovechada, por tal motivo ya está allí está en la tesitura de convertirse en posible candidato a diputado para a la vez hipotéticamente convertirse en coordinador de la bancada de su partido, y si la mayoría les favorece, de la presidencia de la JUCOPO. Sin embargo, conforme se acomoden las circunstancias Monreal va por más, y pudiera convertirse en el coordinador de la campaña de Morena a la presidencia de México, en caso de ser Marcelo Ebrard el candidato. Sobre esto último hay motivos para conjeturarlo. Pero, en esa rueda de la fortuna en que se convierte la política en tiempos de reacomodos, a Mario Delgado podrían premiar su exitosa presidencia partidista, con la candidatura al gobierno de la CDMX, y al quedar vacante la dirigencia nacional de Morena, allí podría encajar Monreal. Por esta probable circunstancia aquí cobra vigencia el axioma frecuentemente repetido solo porque se oye bonito: “la política no es, va siendo”, cuyo significado se refiere al indisoluble binomio del tiempo y las circunstancias. Una sólida dialéctica en la que no explica uno sin la otra.