Por Edgar Hernández*
La herencia maldita.
Llega a su fin el mandato de Cuitláhuac García con una pesada losa que lo identifica no solo como uno de los peores gobernadores de la historia, sino por heredar a los veracruzanos una deuda pública superior a los 65 mil millones de pesos.
Desde el arranque de su gestión en 2018 estuvo bajo sospecha al no ejercer un clavo del presupuesto en ese entonces superior a los 120 mil millones de pesos en salud, educación, seguridad y obra pública alguna.
Veracruz se paralizó vía subejercicios.
Hasta los salarios, aguinaldos y el gasto corriente se pagaron con préstamos relámpago sujetos a altísimos intereses de la banca privada.
Tan grave es la situación de las finanzas públicas que hoy día Sefiplan paga gacetillas en la prensa nacional, a la que ellos llaman “chayotera”, para mostrar “transparencia y buen manejo del dinero público”.
A la par su falta de sensibilidad política y la virtual parálisis cerebral que padece, que se refleja en su comportamiento y modo de cantinflear, al igual que la mala asesoría y decisiones atrabiliarias de sus colaboradores -muchos de ellos aliados al crimen organizado- lo han llevado a ocupar los últimos cinco años los últimos lugares de aceptación ciudadana.
Ya mismo, al corte de julio, quedó en la posición 27, cinco atrás del último, otro atarantado igual que él, Cuauhtémoc Blanco gobernador de Morelos.
El problema del legado de Cuitláhuac va acompañado por una profunda división entre los veracruzanos.
Ese afán de pretender imponer a la zacatecana Roció Nahle por encima de la voluntad de los veracruzanos, incluido el descontento de buena parte de las 4.2 millones de mujeres no conformes con ser excluidas, simplemente terminó por alejarlo de la aceptación ciudadana.
Su voluntarismo protagónico producto del desborde del raciocinio de López Obrador, quien un mal decidió que Cuitláhuac fuera su porro, lo mata.
Así, el viejo payaso Cuícaras del 2016, el mismo que transitó de la nada a gobernador, se convirtió en un golpeador de barrio; de esos que tiran la piedra y esconden la mano.
Un vengativo que por encargo y también por decisión propia llevó a la cárcel a sus enemigos y a los enemigos del Peje; que se fue a llevar ataúdes a la Suprema Corte para agredir a la depositaria del Poder Judicial en México y criticar incluso a líderes extranjeros no acordes con la política de la 4T.
La de Cuitláhuac ha sido una rara mutación alimentada en los últimos tiempos por la desesperación ante el desmantelamiento del poder.
El mismo que lo llevó a jugar un proceso sucesorio nacional en donde ha volcado sus simpatías por la favorita de AMLO, Claudia Sheimbaun, provocando división hacia dentro de Morena y una seria sospecha de desvío de recursos.
Son muchos pues, los reclamos en torno a la actitud y comportamiento político y como gobernante de Cuitláhuac García.
Previsible, sin embargo, su comportamiento dada su falta de cultura política, preparación académica, las desventajas y complejos que le representa su homosexualidad y el mal carácter que lo obnubila.
Por estos días la oposición partidaria de la mano de la sociedad civil se está organizando, despertando de la pesadilla y en espera de la alternancia.
Los carniceros del presente serán las reses del 2024 porque para Cuitláhuac y sus secuaces, como dicen los clásicos, no habrá perdón ni olvido.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo