Sin tacto
Por Sergio González Levet
Ayer intenté dar cuenta del terror en el que vivimos como sociedad y como seres humanos por la violencia desatada e inusitada en sus manifestaciones.
Hablé de los más de 13 o de los 34 cuerpos mutilados que fueron hallados en dos casas de seguridad de la delincuencia en Poza Rica. Más de 13 o 34… el número es lo de menos, aunque eso crean algunos o algunas, porque con un solo cadáver así que se halle -capturado, torturado, asesinado, desmembrado y congeladas sus partes, “elementos anatómicos humanos” les dice la eufonía- ya es una masacre por la dimensión del crimen de lesa humanidad.
Pero hoy tengo que tratar de explicar que el terror ha escalado apenas en 24 horas, y que de esa infausta noticia tenemos continuaciones nefastas porque en Coatepec fue encontrado otro cuerpo embolsado y, ya fuera del estado, en Lagos de Moreno, Jalisco, secuestraron y mataron a cinco muchachos que habían ido a disfrutar sanamente de la feria. Lagos, que es un lugar de gente aún más buena que la de Aguascalientes, de donde es, por ejemplo, el doctor Samuel Larios Hernández, que es una magnífica persona en su bondad, al igual que todos sus familiares a quienes conozco con certeza.
Y el terror llegó a convertirse en horror cuando uno de los detenidos en las casas de seguridad funestas soltó la sopa y dijo que ahí mismo había unas fosas clandestinas y los policías empezaron a encontrar y cavaron y llegaron a decir que tal vez hay enterrados más de cien cuerpos.
Lo dicho: el horror.
¿Cuál es la maldición, la malformación, los maltratos que hacen que un hombre pierda la piedad propia de cualquier individuo, el pudor ante la carne herida o muerta, la humanidad frente a la desgracia que es la muerte, o la muerte en condiciones inhumanas que es una peor desgracia, aunque cualesquiera de las dos sean malas?
¿Cuál podrá ser la sinrazón -la lógica aquí no tiene cabida- por la que alguien da la orden a sicarios con la conciencia aplacada por la droga de que embalen y congelen los restos de quienes fueron hijos de Dios y tienen un alma que probablemente penará hasta que su calvario obtenga la justicia que no le están pudiendo dar las autoridades (in)competentes?
¿Por qué conservar esa carne y esos huesos ya sin aliento que son nadamás fe del paso por este mundo de un alma que tal vez amó y fue amada? ¿Alguien podría explicarlo?
El horror está entre nosotros, sólo queda por ahora esperar que no te toque a ti, que no me toque a mí, o a los nuestros, en esta lotería de la muerte en la que estamos presos todos, sin remedio.