Utilizando el título de una canción que describe la terquedad y la necedad en la música sinaloense, el presidente de México dijo ayer, en su sexta visita a Badiraguato, que volverá a regresar a este municipio enclavado en la sierra de Sinaloa y de donde son originarios los principales capos históricos del Cártel de Sinaloa y desde donde volvió a reivindicar su discurso sobre la humanidad de los narcotraficantes y la bondad, que según el presidente, todos tenemos hasta que lo cambian «las circunstancias».
«Voy a regresar, hay algunos que no les gusta que venga a Badiraguato, pero a mí me gusta, fíjense, ahora sí que ¡mi gusto es! ¿Y saben por qué me gusta? Porque no estoy de acuerdo con los estigmas, no estoy de acuerdo con que tachen a la gente de mala, cuando toda la gente, todo el pueblo es bueno. No nacemos malos, todos nacemos buenos, son las circunstancias, las que llevan, a algunos, a tomar el camino de las conductas antisociales. Pero yo creo mucho en los seres humanos, creo mucho en la bondad de nuestro pueblo, por eso voy a seguir viniendo», sentenció.
No es la primera vez que López Obrador utiliza a este municipio para mandar mensajes sobre la que ha sido su peculiar filosofía para explicar y justificar el mundo del narcotráfico. Con el discurso de reivindicar a los habitantes de Badiraguato y de toda esta región donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, conocida como el «Triángulo Dorado» de la producción y tráfico de drogas en México, el presidente también justifica su cuestionada y negligente política de «Abrazos, no balazos», que lo único que ha logrado es exacerbar los niveles de violencia e impunidad de las organizaciones criminales en todo el territorio nacional, a tal grado que con sus más de 166 mil homicidios dolosos en este año, el sexenio lopezobradorista ya se confirma como el más violento en la historia del país.
De pasada, al hablar de la bondad inherente a los seres humanos y la maldad que se justifica por las circunstancias que vivimos, el mandatario mexicano reitera su visión «humanista» hacia los peores criminales y capos del narco, a los que ha defendido públicamente al decir que también tienen derechos humanos y que se les debe de respetar, sin tomar en cuenta que son ellos los principales atacantes y violadores de los derechos humanos básicos de los mexicanos como el derecho a la vida, el derecho a la propiedad, a la libertad de tránsito y el derecho a una vida sana y libre de violencia.
No es casual que si en los inicios de su sexenio el presidente se destacó por ir a saludar de mano a la madre de Guzmán Loera, justo en esa zona serrana de Sinaloa; en las postrimerías de su administración, regrese a la tierra del narcotraficante al que dice respetar y se niega a llamarle «Chapo», para decirle «don Joaquín Guzmán Loera», y desde ahí volver a reiterar un mensaje de aprecio y cariño a la considerada capital del narcotráfico mexicano por excelencia.
Y nadie está en contra de que el presidente impulse obras y servicios en ese o cualquier otro municipio mexicano, como ayer que fue a inaugurar un tramo de la carretera Badiraguato-Los Frailes, que está todavía sin terminar habiéndose empezado a construir en el año de 1967, pero desde su primera visita a la tierra que también vio nacer a Rafel Caro Quintero, Miguel Angel Félix Gallardo, de los hermanos Beltran Leyva, de Ernesto Fonseca Carrillo y de Ismael «El Mayo» Zambada, el presidente utilizó su presencia en ese lugar para insistir en que no se debe estigmatizar a los habitantes y oriundos de esa región, lo cual también incluye a los capos de la droga.
Por eso, su visita de ayer, que dice que no será la última porque piensa regresar antes de que acabe su sexenio, llamó tanto la atención porque ocurrió a dos meses de que fue extraditado Ovidio Guzmán López, uno de los tres hijos del «Chapo» que lideran al nuevo cártel de «Los Chapitos» o «Los Ratones», que han sido señalados y acusados por el gobierno de Estados Unidos como los principales productores e importadores de las mortales pastillas de fentanilo al territorio estadounidense».
Por eso, cuando López Obrador llega ayer a Badiraguato y dice que «hay algunos que no les gusta que yo venga», al mismo tiempo que reivindica desde ahí su visión humanista de los narcotraficantes, parece que su discurso no es solo para sus críticos domésticos en el país, sino más bien parece un acto de provocación para Washington por las fuertes presiones que han ejercido en contra de su administración, a la que acusan de no hacer lo suficiente para frenar y perseguir el tráfico de fentanilo de las organizaciones criminales mexicanas.
Y si se toma en cuenta que el mensaje y su presencia en Badiraguato ocurre justo a dos días de que López Obrador acuda a la Cumbre del Foro de la APEC en Washington, donde se abordará el tema migratorio este 15 y 16 de noviembre, con el presidente Joe Biden como anfitrión, no es nada difícil colegir que el presidente mexicano fue con toda la intención, primero a la tierra del «Chapo» y sus Chapitos, antes que a la capital estadounidense a donde tuvo que aceptar ir a regañadientes, luego de que en su última visita en Palacio Nacional, el secretario de Estado, Antony Blinken y el de Seguridad de la Casa Blanca, Alejandro Mayorkas, le dieran un ultimátum para que su gobierno aumente su lucha contra el fentanilo, además de exigirle su presencia en la APEC, porque de no presentarse, le advirtieron, lo tomarían como un desaire.
¿Será entonces que cuando dijo ayer en Badiraguato eso de que «mi gusto es», AMLO no estaba hablando para sus detractores mexicanos sino para los que podrían ser sus futuros verdugos estadounidenses?
Se baten los dados. Escalera Doble. La semana mejora.