Ni los acontecimientos alrededor del mundo ni los que suceden en México configuran un escenario propicio para el optimismo; los sucesos derivados de la invasión rusa a Ucrania, la actitud beligerante del gobierno norcoreano frente a su vecino del sur, el enclave norteamericano en China, la caliente sucesión presidencial estadounidense, son, entre otras muchos, signos preocupantes de una conflagración de reservados pronósticos para la humanidad. En lo relativo a nuestro país, nos encontramos en la recta final del sexenio encabezado por el presidente López Obrador, quien, no obstante su elevada investidura mantiene su condición de político retador, pese a ser el portador de la banda presidencial que lo habilita como el presidente de todos los mexicanos, aunque de esto último debe acreditársele la amonestación histórica por haber separado a los mexicanos en dos grandes grupos: quienes lo siguen a pie juntillas y quienes haciendo uso de su libertad de expresión se manifiestan en contra de sus postulados, de esta manera, ya radicalmente polarizada la población mexicana requiere del bálsamo de la mesura que ojala el gobierno entrante sepa y pueda implementar a cabalidad.
Porque en su cometido de instaurar en México un nuevo régimen político Andrés Manuel López Obrador está aplicando el principio de la Revolución Permanente usando en ese propósito la picota demoledora de manera indiscriminada, como tal se ha venido observando a partir de 2018 a la fecha. Obviamente, así es todo proceso revolucionario, la lucha de lo nuevo contra lo establecido y la resistencia de este por no desaparecer, el problema en este caso radica en el planteamiento de soluciones sin bases sólidas, pues no debe pasarse por alto que la actual administración federal hizo uso de recursos económicos y financieros ahora ya agotados, por lo mismo la administración entrante enfrentará con muchas carencias el dificultoso entorno de todo inicio, la problémica se agrava por el elevado déficit heredado y la asignación presupuestaria para hacer funcionar las obras emblemáticas del actual gobierno. Si a ese escenario se agrega la amenaza de una reforma al Poder Judicial en los términos propuestos por la iniciativa presidencial se potencian los problemas por el impacto de la reacción internacional a causa de la desconfianza que generaría dicha reforma. No se asume el papel de agorero del desastre por el hecho de describir hechos inobjetables, porque esta narrativa se muestra muy parca respecto a una realidad en la cual aun quedan serios vestigios de la pandemia y las secuelas provocadas por el Covid, y porque los que de eso saben ya comienzan a formular serios pronósticos acerca de una nueva pandemia, sin que haya visos de que en materia de salud nos estamos preparando para enfrentarla.