sábado, noviembre 23, 2024

Fin de sexenio inédito

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A 53 días de concluir su periodo constitucional el presidente López Obrador mantiene un ritmo inusual para quien ya poco podrá hacer adicionalmente a lo realizado en seis años, pero esa hiperactividad entendible porque su preocupación central consiste en la permanencia y fortalecimiento de su Movimiento y para conseguir ese propósito debe acelerar los golpes de la picota contra lo instituido. Aunque ya anunció que estará al corriente del seguimiento de su proyecto de nación, AMLO persiste en su cometido de amarrar los cabos que pudieran quedar sueltos y en ese intento ya ha comprometido a su sucesora para continuarlo. Por su lado, la presidenta electa ha manifestado abiertamente su convicción de cumplir los compromisos de su mentor político, aunque históricamente está demostrada la gran diferencia de actitud entre quien habiendo sido constitucionalmente electa aun no se cruza la banda presidencial y quien ya en el podio del poder asume su mandato con responsable disposición. El tiempo transcurre inexorablemente, nada lo detiene, 53 días hoy, mañana serán menos.

El vertiginoso ritmo que imprime a su movilidad López Obrador lo distingue diametralmente de sus antecesores, es la angustia de sentirse cerca del ocaso, más aun para quien como AMLO mantiene una aceptación inusual al final de su gobierno; no debe ser muy confortable el pensamiento acerca del relevo en el poder, de perder el protagonismo central, de ya no ser requerido con la obsecuencia acostumbrada, y sobre todo de ingresar al periodo más turbulento, el séptimo año, durante el cual los adversarios intentarán cobrar las afrentas recibidas, incluso aquellos que debieron someterse a la fuerza del poder político por convenir así a sus grandes intereses. El poder político no se comparte, es único e indivisible, quien lo ostenta no puede darse el lujo de subsidiar parte de su poder sin riesgo de parecer incompetente para ejercerlo. No lo hizo Ruiz Cortines con Alemán; tampoco Díaz Ordaz con López Mateos; ni Echeverría con Díaz Ordaz, o López Portillo con Echeverría, etc., esos episodios son elocuentes muestras de que quien ya bailó debe quedarse en la banca, porque de insistir en mantenerse en la pista  de baile pudiera acarrear serias consecuencias. Más aún cuando de entrada se va a requerir unidad en el bando amigo y permanecer atento al fuego cruzado proveniente desde la trinchera opuesta en el interior y allende el Bravo, ya falta poco para comprobarlo.

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