No mentir, no robar, no traicionar, forman parte de una cadena de valores y principios introducidos por López Obrador en la “Guía ética para la transformación”, con el propósito de difundirlos entre la población mexicana “para fortalecer los valores nacionales, espirituales y culturales”, ese tinglado fue parte del formato propagandístico implementado para destacar que antes de AMLO México naufragaba, por ese motivo debía ser desbaratado lo existente para inaugurar un México nuevo, progresista, sin corrupción y sin violencia. Con un sistema de salud semejante a los mejores del planeta, una policía “honesta”, garante de la seguridad popular, con menos pobres en el solar mexicano. Ni remotamente lo logró, aunque en descargo debiéramos coincidir que una meta de tal calado no se cristaliza en solo seis años. Pero la famosa Guía, incluido el tríptico de referencia, carecía de solido pedestal, no es posible edificar una nueva cultura con bases de humo, se requiere, además, plena convicción y congruencia en el decir y en el hacer, totalmente ausentes en el caso que nos ocupa porque el gobierno encabezado por AMLO se caracterizó por su recalcitrante opacidad, un eufemismo cuyo correcto significado es el de haber sido uno de los gobiernos más dispendiosos para el erario, en donde campeó con entera libertad la corrupción, la mentira fue la esencia del discurso y se traicionó la confianza ciudadana.
En el gobierno antecesor se adjudicaron cientos de contratos por vía directa, la Auditoría Superior de la Federación aun no concluye el análisis de las Cuentas Públicas de aquel gobierno, pero donde le escarba encuentra irregularidades. Se alardeó con pañuelo blanco el fin de la corrupción en este país; se festejó la erradicación del huachicol; según “los otros datos” los homicidios iban a la baja; ya no había desabasto de medicinas, sin embargo, es grueso expediente de la pesada herencia al gobierno en funciones; el Tren Mata se construyó derribando millones de árboles, de inicio se ofreció respetar la selva Maya. En el añadido del segundo piso de la denominada cuartaT ya no se festeja con igual fulgor el tríptico: no mentir, no robar, no traicionar, pero debiera ser faro y luz en la conducta de todo servidor público, no ideologizado por supuesto, consciente de que ser funcionario público exige entrega para servir, no lucrativa oportunidad para servirse.