Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
La vida pública mexicana enfrenta hoy un desafío profundo y preocupante: la expansión del fanatismo como sustituto de la razón. Esta gangrena, insidiosa y progresiva, ha contaminado los espacios de opinión, el debate político y el ejercicio ciudadano, erosionando la objetividad necesaria para construir una sociedad madura y democrática.
Periodistas, columnistas, opinadores y ciudadanos en redes sociales se ven arrastrados por pasiones, intereses, dogmas e ideologías, relegando el pensamiento crítico al último plano. La razón, tan indispensable para el análisis público, ha sido sacrificada en aras de lealtades emocionales, convicciones intransigentes e intereses económicos o sectarios.
La expresión pública en México se ha vuelto, en muchos casos, visceral. Se opina y se descalifica desde el hígado, sin conocimiento profundo de los actos, decisiones o contextos que se critican. La polarización, agudizada en los últimos años, es en parte el resultado de este fenómeno, y no solo de las deficiencias gubernamentales.
Para comprender el estado actual de las cosas, es necesario considerar el contexto histórico que nos ha moldeado. Desde la época prehispánica hasta la Revolución Mexicana, pasando por la hegemonía priista del siglo XX y la autodonominada 4Ten este siglo. México ha vivido procesos de exclusión, corrupción e impunidad que han sembrado una desconfianza profunda hacia las instituciones. La transición política de las últimas décadas no ha logrado revertir completamente este legado, que incluso, durante los últimos años se ha agudizado.
Hoy, fenómenos como la pobreza estructural y la marginación, con Veracruz entre las entidades con mayores índices de pobreza multidimensional según el CONEVAL, siguen reflejando una concentración injusta de oportunidades y recursos. Casos emblemáticos de corrupción como los de los últimos sexenios en Veracruz, han exacerbado la indignación social y la sensación de orfandad institucional.
En este entorno, no resulta extraño que el resentimiento social emerja. Es comprensible, aunque no justificable, el enojo de quienes han visto afectados sus intereses. Sin embargo, resulta mucho más preocupante la defensa acrítica, y en ocasiones fanática, de actores políticos cuestionables. La adhesión ciega, tanto de seguidores como de detractores, se explica en parte por fenómenos como el sesgo de confirmación y el efecto Dunning-Kruger: las personas tienden a buscar información que confirme sus creencias y, paradójicamente, quienes menos conocimiento tienen sobre un tema suelen ser quienes mayor seguridad expresan en sus juicios.
La pertenencia identitaria también desempeña un papel fundamental. Como explica Jonathan Haidt en The Righteous Mind, la lealtad a un líder político puede convertirse en un componente esencial del sentido de identidad de las personas, nublando su capacidad de evaluar de manera crítica las acciones de aquellos a quienes siguen.
La influencia de los medios de comunicación en este panorama no puede ser subestimada. Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, más de 60 mil millones de pesos fueron canalizados hacia publicidad oficial, consolidando un modelo de censura indirecta donde la independencia editorial quedaba subordinada al patrocinio gubernamental. Hoy, la situación se agrava con el papel de las redes sociales, cuyos algoritmos priorizan el contenido emocionalmente polarizante, alimentando la confrontación y dificultando el diálogo.
Estudios de organizaciones como R3D y SocialTIC documentan el uso sistemático de bots, campañas de desinformación y estrategias digitales que buscan manipular la opinión pública, particularmente durante procesos electorales. En este ambiente, el lenguaje se ha vuelto agresivo, deshumanizando al adversario político mediante etiquetas como «fifí» o «chairo», en un proceso de simplificación que imposibilita cualquier alternativa positiva de entendimiento.
Ante esta situación, urge fortalecer las capacidades de análisis y pensamiento crítico de la ciudadanía. Las universidades desempeñan un papel crucial: promueven la alfabetización mediática, el análisis riguroso de la información y el desarrollo de una ciudadanía informada y participativa, que representan esfuerzos valiosos en este sentido.
Al mismo tiempo, deberían reforzarse los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, no desaparecerlas como ocurre ahora. El Sistema Nacional Anticorrupción y la Plataforma Nacional de Transparencia son instrumentos necesarios, aunque insuficientes si no cuentan con el respaldo de una ciudadanía vigilante y comprometida.
El ejemplo de movimientos como el de Ayotzinapa en 2014 nos recuerda el poder de la organización social y la exigencia de justicia como motores de cambio. Frente a ello, el fanatismo, ya sea oficialista u opositor, constituye un obstáculo formidable para el avance democrático.
Recuperar la objetividad es, por tanto, una tarea urgente. Debemos rechazar el dogmatismo en todas sus formas. Al escribir y opinar, es esencial:
- Consultar y analizar diversas fuentes, incluyendo aquellas que desafían nuestras creencias.
- Evitar el uso de absolutos, que impiden la reflexión.
- Fomentar el diálogo respetuoso y plural.
- Revisar nuestro lenguaje, cuidando de no descalificar al disidente.
México necesita, más que nunca, ciudadanos críticos, informados y capaces de dialogar. Veracruz, particularmente, exige un compromiso ético que supere las lealtades partidistas y los intereses personales.
La patria, Veracruz, nos necesita a todos: lúcidos, razonados, objetivos. No hay lugar para la complacencia ni para el fanatismo si aspiramos a construir un futuro digno. La democracia no se sostiene en la fe ciega, sino en la crítica informada, el debate racional y la vigilancia constante de quienes detentan el poder.
Rechacemos a los oportunistas políticos, a los vendedores de humo, a los chayoteros de la desinformación. Y recuperemos, con urgencia, la capacidad de razonar. Solo así podremos salvar nuestra vida pública del deterioro al que hoy parece estar condenada.