Denise Dresser
Después de varios días de desaparición y especulación, el Presidente finalmente reapareció. Agradeció las muestras de afecto, enfatizó su buen estado de salud, y reiteró que el país va bien. Lo hizo desde Palacio Nacional, confinado, cuidado, con atención médica de primera.
Muy lejos del México donde miles siguen muriendo, donde cientos hacen colas de horas para conseguir oxígeno, donde tantos buscan desesperadamente una cama de hospital pero son rechazados. Muy lejos del sonido estridente y rutinario de las ambulancias que recorren la ciudad, alertando que alguien más se ahoga, alguien más no puede respirar, alguien más está a punto de perder la vida. El mensaje presidencial contrasta con lo que se padece en el país real. Ante la mortalidad creciente y la economía contrayente, las victorias celebradas por el lopezobradorismo parecen pírricas.
La «victoria» pregonada por López-Gatell sobre cómo no han faltado camas. La «victoria» celebrada por el gabinete cuando llegaron las primeras vacunas. La «victoria» de no haber contraído deuda y tener finanzas públicas sanas. Triunfos cuyos resultados ponen en tela de juicio los logros ensalzados. Conquistas donde las bajas incurridas son tan devastadoras, que ni siquiera se les puede considerar así. Cuando la estrategia contra el Covid-19 no debió haberse centrado en que a nadie le faltara una cama, sino en prevenir su necesidad. Cuando las vacunas escasean por incompetencia o mal entendida austeridad gubernamental, y no solo debido al retraso en la producción de Pfizer. Cuando el costo de la cacareada disciplina fiscal se refleja en muertes y carencias y empresas cerradas y aumentos dolorosos de la pobreza y personas arriesgando la vida en la calle, porque el gobierno no les proveyó apoyos para que se quedaran en casa.
John Cassidy publica en The New Yorker «Las tres grandes lecciones de la economía del coronavirus». Ojalá el Presidente las aplicara a un país que enfrenta la crisis más desgarradora de los últimos ochenta años, pero AMLO continúa congratulándose porque sí hay remesas y no hay gasolinazos. Pero mientras celebra éxitos pequeños, ignora errores enormes. Una respuesta económica apropiada ante el coronavirus es fundamental, y México no la ha tenido. Las cifras agregadas pueden disfrazar el sufrimiento individual, y en México hay mucho. El remedio más eficaz para reactivar la economía es venciendo al virus, y México está lejos de hacerlo.
Los datos del INEGI evidencian eso que las autoridades no quieren ver, y los economistas del lopezobradorismo minimizan. Están optimistas porque el PIB se contrajo 8.3% por ciento en vez del 9% esperado. Alaban el manejo fiscal prudente porque reducirá la percepción de riesgo país. Resaltan el superávit primario y el manejo conservador de la deuda. Todo lo cual sería aplaudible si la coyuntura no fuera tan crítica y tan distinta a épocas cuando los principales problemas provenían del endeudamiento descontrolado y la política fiscal irresponsable. Ahora no. Ahora lo que se requería era precisamente lo contrario: endeudar y gastar y apoyar.
Pero AMLO impulsó decisiones contraproducentes y cayó en contradicciones alarmantes. Finanzas públicas sanas a costa de miles de muertos, porque no se quiso gastar en equipo de protección médica o en cubrebocas N95 o en pruebas PCR. Superávit primario a costa de millones de trabajadores despedidos, desprotegidos, sin acceso a servicios de salud que fueron recortados aún más. Austeridad, pero a costa de crecimiento y combate a la nueva pobreza producto de la pandemia. Bajo endeudamiento pero a costa de romper el cochinito del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios. En un año de pandemia y crisis, Pemex recibió 523,425 mdp, cuatro veces lo dedicado a la Secretaría de Salud. He ahí una política económica ortodoxa en tiempos heterodoxos; una política económica de derecha aplaudida por la irreconocible izquierda.
Y no hemos aprendido la lección más importante de todas: la clave para revivir la economía y aliviar el sufrimiento es derrotar al virus. Eso entrañaría cubrebocas obligatorio y gratuito, transferencias económicas sustantivas, pruebas masivas y accesibles, un plan nacional de vacunación transparente, eficiente y suficiente. De lo contrario, las proclamadas victorias de la 4T serán como las de Pirro contra los romanos: no quedará nadie para contarlas.