domingo, diciembre 22, 2024

¿AMLO autoritario? Espera a ver lo que podría venir

Pensándolo bien

Jorge Zepeda Patterson

El problema con los Bolsonaro es que no los ves venir, o por lo menos no siempre. Surgen de una frase pegajosa dicha en el momento oportuno, de una propuesta simplista y extrema que repentinamente dejó de ser políticamente incorrecta, de un rostro que puede o no ser fotogénico, pero transmite determinación y rudeza.

Hitler en su época, el filipino Rodrigo Duterte o el húngaro Viktor Orbán, por ejemplo, habrían sido un mal chiste en otro momento, pero llegaron al poder en coyunturas en las que predomina una percepción de miedo cuando las soluciones institucionales o democráticas parecían agotadas.

Frente al peligro inminente, los seres humanos suelen preferir a un rudo que proyecte seguridad, aunque sea impresentable, que a un técnico o un humanista, de quien se piensa pueda temblarle el pulso o sea incapaz de afrontar la barbarie.

Tal como están las cosas, o detenemos el ascenso del crimen organizado o podemos descontar que habrá un Bolsonaro o algo peor en nuestro futuro. Un gobernador de modos atropellados, un general exasperado, un civil émulo de Trump que diga las cosas que otros solo se atrevían a pensar. Nada bueno saldrá de eso.

Pero habría que preguntarse ¿Qué haría usted si un día tres facinerosos tocan a la puerta de su casa para decirle que desde ese momento está usted obligado a entregar una cuota mensual de “protección” o atenerse a las consecuencias? ¿Cuántas veces más un trabajador humilde tiene que entregar cartera y celular en una combi antes de que abrace cualquier opción de mano dura que se le ofrezca? La tentación de echar culpas sumarias al gobierno en turno es natural, pero evidentemente resulta tan injusto como desorientador si queremos encontrar alguna solución.

Con poco más de dos años en el poder, es evidente que la administración de López Obrador está lejos de ofrecer algún resultado espectacular. Pretender que fuese así es un tanto ingenuo, o de plano malintencionado, porque se trata de un fenómeno que se construyó en varias décadas y ha penetrado el tejido social y la actividad productiva en muchos aspectos medulares.

Lo cual no significa que el gobierno no sea responsable de hacer algo al respecto y ser exigido en la misma proporción. En todo caso, a su favor habría que reconocer que, al menos, se está intentando un esfuerzo de la magnitud del problema, cosa que se agradece después del sexenio de Enrique Peña Nieto, durante el cual simplemente se pretendió que no existía.

Si bien es cierto que López Obrador parecía absurdamente optimista cuando pedía a los malos que pensaran en sus mamacitas, el hecho de que el Presidente inicie el día con una reunión de seguridad a las 6 de la mañana y que ésta se replique en todas las entidades de la República, da cuenta de la prioridad que el asunto le merece.

Eso ya es ganancia.  Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con los ambiciosos proyectos de la 4T respecto a la Guardia Nacional o la cruzada de inteligencia financiera ejercida sobre los cárteles, pero nadie puede acusarlos de inacción. Este lunes se informó que la Guardia Nacional había alcanzado prácticamente los 100 mil elementos (y seguirá aumentando) y se han construido 155 cuarteles de un total de 248, con los cuales la autoridad intenta recuperar el control territorial.

Esta red busca paliar la frustrante experiencia en sexenios pasados, cuando el Ejército acudía de un lugar a otro para apagar fuegos que volvían a encenderse en cuanto se retiraba de una región. ¿Es acertada o resulta un fracaso la estrategia de seguridad de la 4T? Es demasiado pronto para responder, porque la construcción de la propuesta se encuentra a mitad de camino.

En todo caso, hasta ahora los datos son controvertidos. Por un lado, la estrategia de golpear a las finanzas de los grupos criminales ha llevado a congelar 13 mil millones de pesos mediante la intervención de 35 mil cuentas bancarias, aunque uno tendría que preguntarse si esto equivale a quitar un pelo de gato a un negocio que se estima desplaza un volumen 30 o 40 veces eso.

Y sin embargo, poco o mucho es algo que antes no se hacía. Es cierto que la mayor parte de los delitos han descendido en la administración de López Obrador: 60 por ciento menos secuestros, 43 por ciento menos robo de vehículos, 25 por ciento menos robo en casa habitación, 21 por ciento menos robo a negocio, 6.8 menos robo a transportista, 6.1 en transporte público.

Pero habría que preguntarse cuánto de este descenso debe ser atribuido al congelamiento de la actividad social y productiva que provocó la pandemia. Por otro lado, son alarmantes las muestras de músculo de organizaciones de sindicatos criminales como el CJNG al enfrentarse como iguales a convoyes militares y policiacos, o los atentados cada vez más frecuentes en contra de presidentes municipales y funcionarios de alto rango. De igual forma, resulta desalentador que la espectacular intervención en contra del huachicol, que redujo en más de 80 por ciento la terrible ordeña de oleoductos, dio como resultado que los responsables simplemente se diversificaron e incrementaron su presencia en el robo de gas o el contrabando de pipas de gasolina desde Estados Unidos.

Nada de esto es ignorado en Presidencia y es materia de discusión, ajuste e implementación todos los días. Esperemos que no se equivoquen o que al menos estemos avanzando en la dirección correcta. No se trata de exigir resultados milagrosos, y mucho menos satanizar a alguien porque estos resultados no han llegado con la rapidez que quisiéramos.

Pero sí hay que ser conscientes de que el país se está jugando muchas cosas en esta cruzada. Si fracasan las autoridades federales y estatales, y en última instancia la sociedad en su conjunto, los escenarios que nos esperan son terribles: gobiernos de mano dura, intervención abierta de fuerzas extranjeras o, peor aún, un narco-Estado.

¿Le parece a usted que esto es demasiado alarmista? Pregúntele qué piensa a un michoacano de Tierra Caliente, a un policía de Celaya o a restaurantero de Playa del Carmen. Aquellos que piensan que AMLO es autoritario, tendrían que comenzar a considerar lo que puede llegar a Palacio Nacional si no derrotamos a los salvajes sucesores de El Chapo o al Mencho y sus secuaces.

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