“El pueblo tiene el gobierno que se merece” es una frase convertida en leyenda pública para explicar socarronamente el tipo de políticos prohijados al interior de cada sociedad. En nuestro caso, es evidente el divorcio de nuestro “tipo” político respecto del fin social, pues el individuo que ingresa al entorno del poder pronto se acomoda para el usufructo personal de las canonjías. Es el caso de aprovechar el mecanismo de la representación proporcional para mantenerse en el Poder Legislativo, ni López Portillo, ni Reyes Heroles pudieron anticipar hasta qué grado se ha pervertido el principio de representación proporcional que insertaron en la reforma política de 1977 e implementaron por vez primera en la elección de 1979, para dar voz en el Congreso a expresiones ideológicas alternas. De fuente del pluralismo político e ideológico, ese principio se ha convertido en medio de sobrevivencia política. ¿Legislarán para evitar el nepotismo electoral o desterrar el uso productivo de las candidaturas “plurinominales”? Obviamente no. Salvo que el vendaval del cambio hiciera efectiva la idea de dar fin a ese rescoldo de la partidocracia en México.