He aquí la ecuación política de este sexenio: i) cuando las ideas no emanan de la voz del presidente, y solo de su voz, son siempre torcidas y perversas; ii) cuando esas ideas son propuestas por voces diferentes que pugnan por la igualdad y en contra de la corrupción, son hipócritas y falsas; iii) cuando hay ideas distintas a la voz del presidente, son neoliberales y conservadoras. Sobre la base de esa fórmula, el gobierno y sus aliados no discuten ideas y acciones sino en función de quien las dice o hace: si hacen eco de la voz del presidente, son amigas; si dicen o hacen otra cosa, enemigas. Establecida la clasificación, ya no importa el mensaje sino el emisario y la misión es destruir al mensajero.
La revolución de las mujeres no surgió de la voz del presidente más humanista de la historia —de la historia, escribo, pues desde la versión oficial totalmente Palacio todo lo que emana del jefe del Estado hace Historia—. Empero, la emprendida por el feminismo es la más auténtica y la más profunda revolución de las conciencias que esté viviendo el mundo ahora mismo. Es una revolución que denuncia las violencias de toda índole, que contradice la distribución tradicional de roles entre hombres dominantes y mujeres sometidas, que no sólo exige una nueva integración igualitaria del Estado sino una concepción radicalmente distinta de los derechos y de sus garantías, que redefine la idea de libertad desde el alma y desde el cuerpo, que se opone a la imposición del modelo único y patriarcal de la familia, que rompe los supuestos de la feminidad que no mata ni una mosca ni debe ser tocada ni con el pétalo de una rosa, y de la masculinidad machista que aduce protección mientras impone y ofrece amor a cambio de obediencia; es una revolución social, económica, política, simbólica y sexual.
Porque las manifestaciones de este día sucederán en todas partes, el cerco de protección que rodea al Palacio Nacional no puede ser visto sino como una provocación y una descalificación anticipada. El presidente ordenó un “muro de paz”, dijo su vocero, porque seguramente habrá violencia: pintas, objetos quemados, brillantina, monumentos lastimados, vidrios rotos, bombas molotov, mujeres embozadas y furiosas. Las vallas colocadas en torno del Palacio no se pusieron para detenerlas sino para exacerbarlas: para provocarlas, para inhibir a quienes no quieran arriesgarse y para lamentar, después, la insufrible violencia de la manifestación.
El ícono del día será Félix Salgado Macedonio, cuya candidatura también se ha convertido en un pretexto para descalificar el movimiento feminista (si antes no dijeron nada, ¿por qué ahora?, se pregunta el presidente). Ese movimiento importado, dice también, que no nace de las entrañas del pueblo bueno sino del extranjero, que aduce la existencia de un pacto patriarcal, de cuyo contenido se enteró por su mujer, porque no consigue verlo. Esas mujeres violentas que se oponen a que la familia sea la mejor institución de seguridad social de México y que se enfadaron cuando este gobierno canceló las estancias infantiles, pues las niñas pueden ser cuidadas por sus madres y por sus abuelas, con un poquito de dinero; mujeres que se niegan a aceptar los valores atávicos del cristianismo y quieren decidir sobre su cuerpo, despenalizando el aborto y que no entienden, de plano, que las fuerzas armadas del país ya están cuidándolas, para que no sigan siendo asesinadas, violadas, acosadas y golpeadas. “Duerme tranquila, niña inocente, sin preocuparte del bandolero, que por tu sueño, dulce y sonriente, vela tu amante carabinero».
Qué bueno que el presidente no les tiene miedo, porque ellas tampoco; deseo que no se dejen provocar y que se llene el espacio de mujeres malas.
Investigador de la Universidad de Guadalajara