martes, noviembre 5, 2024

El testamento y la sombra del callismo

El mensaje sabatino del Presidente tras la divulgación del examen médico del que fue objeto un día antes, causó revuelo. En su video, Andrés Manuel López Obrador informó que para evitar riesgos de ingobernabilidad en caso de un repentino fallecimiento había preparado un testamento político. Este lunes, en su conferencia mañanera, hizo algunas precisiones. “Acerca de lo del testamento, que genera alguna inquietud, tengo la responsabilidad de actuar previendo todo, cualquier circunstancia, más cuando iba yo a someterme a este cateterismo. Y tengo desde hace algún tiempo un testamento y ya siendo presidente, le agregué un texto que tiene, como lo dije en el video, el propósito de que en el caso de mi fallecimiento se garantice la continuidad del proceso de transformación y que no haya ingobernabilidad; que las cosas se den sin sobresaltos, sin afectar el desarrollo del país, garantizando siempre la estabilidad y el que se avance en el proyecto que hemos iniciado”.

Las reacciones fueron las de esperar. Algunos, preguntándose si el anuncio público de un testamento constituye un indicio de una enfermedad más grave de la que no se está informando. Otros, con una dura crítica a lo que podría ser leído como una interpretación patrimonial del poder, es decir, como si la silla presidencial fuese un tema de herencia personal que amerite un testamento puntual, cuando la Constitución contempla con todo detalle el procedimiento a seguir en estos casos (el secretario de Gobernación asume las funciones por un período máximo de 60 días, dentro del cual el Congreso designa, por mayoría de dos tercios, a un presidente interino para completar el periodo sexenal).

Pero la reacción más generalizada, y que abarcó igual a tiros que a troyanos, obradoristas y antiobradoristas, fue la especulación política y periodística sobre el posible contenido del dichoso documento. ¿Incluiría detalles de a quién o a quiénes declararía herederos de su movimiento?, ¿a quién entrega el enorme capital político de Morena? En suma, ¿a quién deja a cargo del changarro?

Este lunes, en medio de la polvareda, López Obrador no ofreció detalles sobre el grado de precisión respecto a los destinatarios de su herencia política; simplemente aseguró que su contenido será conocido hasta después de su muerte.

Contándome entre los que han seguido vida y obra de este personaje durante años, me atrevería a pensar que varias de las críticas que se han hecho a este presunto documento sucesorio están injustificadas, lo cual no significa que no existan otras preocupaciones al respecto.

Más allá de la polarización que genera y su personalidad arrebatada, es evidente que nada le resulta más importante al Presidente que el lugar que habrá de ganarse en el panteón de la historia, y ciertamente quiere ocupar un lugar junto a Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, y no precisamente convertirse en émulo de Elías Calles. AMLO conoce perfectamente el llamado Maximato (1928-1934), durante el cual Calles gobernó desde la sombra a los presidentes de papel que puso en Palacio.

López Obrador está consciente de que desde el primer día de gobierno del próximo sexenio las malas lenguas parafrasearán al callismo “aquí, en Palacio, despacha el presidente, el que manda vive en Palenque”. Quizá por ello intenta vacunarse por anticipado asegurando una y otra vez que a partir del día uno de su retiro se encerrará en su rancho para dedicarse a sus libros de historia y rehuirá toda actividad política.

No tengo dudas de que el Presidente tiene ese propósito, la pregunta es si podrá cumplirlo. Por una parte, por simple inercia del resto de los actores políticos que seguirán usando y pretendiendo actuar en su nombre, lo cual lo llevará a precisar infundios y deslindes; por otro, por las probables crisis dentro de su movimiento que serán una tentación, y quizá un imperativo, para restablecer orden y equilibrios.

Me parece que lo del testamento es en sí mismo anticlimático. No creo que incluya nombres, sino más bien una especie de largo epitafio en el que se resume su visión sobre México, el pueblo y su propia trayectoria como luchador. Un obituario destinado a la historia que tendrá tanto de reflexión moral como política. A este cuerpo de texto, AMLO le habría añadido una precisión una vez que llegó a la presidencia, según ahora informa. Pero incluso en estas líneas adheridas podemos dar por sentado que no hay herederos nominales, más aún si lo hizo a principios de sexenio como quiere dar a entender. Habría en todo caso, algunos criterios para que las fuerzas morenistas diluciden con civilidad y responsabilidad la designación de un líder para ser postulado a las instancias legales, en caso de generarse un vacío por fallecimiento. Porque en efecto, el gran riesgo ante su ausencia es que el movimiento tan esforzadamente creado y fortalecido termine en una rebatiña autodestructiva y en un mosaico de fracciones. Algo nada improbable si consideramos el divisionismo que impera en Morena o los escándalos en los procesos de selección de candidatos que este partido ha exhibido en comicios estatales. Si eso sucede con el jefe presente y en plenitud de poderes, los riesgos ante el futuro inmediato están a la vista. Y con ello, la amenaza de que, pese a todos sus intentos de hacer un retiro apolítico y dejar Morena a su suerte, el Presidente no pueda cumplirlo y se vea obligado a venir a rescatar, una y otra vez, a su criatura. Ese, me parece, es el tema de fondo al que hace eco este testamento político y no tanto el contenido del mismo. 

Jorge Zepeda @jorgezepedap

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