Podría ser tu hija o tu hermana o tu novia o tu amiga. Esa chica a la que Pedro Salmerón toqueteaba, mientras bailaba con ella, borracho en un bar, porque salir con él era parte de las actividades de clase. Esa joven de 22 años a la que el maestro de Historia le hacía comentarios soeces, e invitaba a un hotel. Esa estudiante a quien un hombre con autoridad sobre ella, persiguió en el Metro e intentó besar. Una mujer -como tantas- acosada por un hombre, porque puede.
Puede enviarle mensajes lascivos a través de las redes sociales. Puede huir de una institución, evitando denuncias, investigaciones y sanciones. Puede, porque aún después del movimiento #MeToo, su círculo político lo cobija, las feministas de su partido callan, el Presidente lo premia con un puesto diplomático. En México es posible que un acosador sea embajador. Para la 4T, el caso de Salmerón es la excepción moral.
No importa cuánta evidencia se haya acumulado, cuántos relatos de horror se hayan compartido, cuántas denuncias formales ante autoridades universitarias se hayan presentado. Para el Presidente todo es golpeteo político o acusaciones inventadas por sus adversarios. En la lógica lopezobradorista, si no se presentó una denuncia ante el Ministerio Público, el acoso no ocurrió. Y aunque existiera una denuncia legal, eso sólo sería señal de politiquería, de esfuerzos de la oposición para lastimarlo. Salmerón será un acosador, pero es nuestro acosador. Salgado Macedonio será un violador, pero es nuestro violador. Las acosadas aceptan la humillación y la estigmatización con tal de torpedear a la Cuarta Transformación. Y así, como todos los machos del mundo, el Presidente toma la palabra de un hombre, y desestima los hechos relatados por una mujer. No escucha a las víctimas, escucha las recomendaciones de su esposa o de su partido. No se toma el tiempo de leer, investigar, entender que las acusaciones provienen de exalumnas del ITAM y de la UNAM y de Morena. Como es de los suyos, AMLO ya juzgó a Salmerón y lo encontró inocente. La cercanía personal se vuelve un certificado de impunidad brutal.
Siguiendo sus instrucciones, las morenistas cambian de piel y de principios para acompañarlo. Feministas de toda la vida, como Malú Micher, ya no defienden la presunción de verdad; se escudan detrás de la presunción de inocencia. Olvidan quiénes eran y lo que representaban antes de que se les exigiera traicionar una causa por un hombre. Ignoran dos sentencias de la Suprema Corte, donde se afirma que en casos de violencia sexual y de género, el testimonio de las víctimas es una prueba fundamental. Peor aún. Quienes están dispuestos a darle el pase a Salmerón, y gobiernan en nombre del pueblo, ignoran las penurias del sistema judicial. El contexto de impunidad de 98%. El martirio de ser mujer y presentar una denuncia en el Ministerio Público. El viacrucis de la revictimización. El que no te crean. Estar empezando tu vida como estudiante y que la notoriedad te la arruine. El que no haya procuración de justicia con perspectiva de género, y por ello una denuncia de acoso es tratada como si fuera un robo de auto. Y ni esos crímenes son investigados o sancionados.
Cuando no hay procedimientos justos para las mujeres, la exigencia de una denuncia ante el MP es una hipocresía. Cuando el hombre denunciado es amigo del Presidente y ha sido protegido una y otra vez desde el poder, la exigencia de una denuncia formal/legal es un atajo vil. Una coartada burda. Salgado Macedonio la usó y ahora cogobierna Guerrero, acusado pero impune.
El acoso sexual no es un tema político, ni de los pro 4T o anti 4T, ni de adversarios versus acólitos. El tema de fondo es qué tipo de país somos y queremos ser. El México que veta a acosadores o que los recompensa. El México que le cree a las víctimas o que exporta a los mentirosos. El país que presume una «política exterior feminista» o que la traiciona con Panamá. Defender a Pedro Salmerón sin recato exhibe incongruencias y contradicciones. Pero nombrar a un acosador como embajador condensa también una evasión ética, que involucra a las mujeres. Un hoyo negro en el cual la ostentada superioridad moral de la 4T desaparece. A Salmerón se le premia. A las acosadas, humilladas y violentadas se les castiga, con una nueva denigración. Desde el púlpito más poderoso, el Presidente de su país les dice: «Yo no les creo».