domingo, noviembre 17, 2024

El mañana lúgubre y sombrío

Dice Enrique Quintana que una crisis de grandes proporciones nos acecha y que podría llevar al mundo entero a sufrir una guerra en Europa. Se trataría de una conflagración de enormes proporciones y sus implicaciones no podrían evadirse por países con economías tan frágiles y vulnerables como la nuestra.

Tratar de describir qué podemos hacer para cubrirnos de una tormenta de tan vastas implicaciones no es fácil porque la fragilidad que nos hace tan vulnerables parece ser “estructural”, en el sentido de profundidad y duración, términos empleados por el gran Braudel. En todo caso, de ocurrir tal desgracia, para nosotros sería un llover sobre mojado cuyas consecuencias sociales y políticas podrían ser de gran envergadura. Ninguna venturosa.

De nuevo, aunque quizá más grave, es en el petróleo y sus usos donde se ubica la matriz de tan ominosos presagios. Otra vez los veneros del diablo y el poeta.  No solo se elevaría su precio a niveles fiscalmente inmanejables, sino que en el Viejo Continente se abriría la perspectiva de conflictos armados y de una gran recesión que paralizaría a buena parte de la economía mundial.

Una tormenta de esas dimensiones confirmaría las sospechas, de no pocos fatalistas, sobre el destino del mundo y en particular del colapso del capitalismo global que se ha impuesto como el único sistema organizador de las economías del planeta. Este fatalismo, que algunos ven como optimismo, no abriría paso a alternativas para un mundo dividido y muy afectado por más de dos años de encierros y temores, colapsos productivos y laborales, “coronado” con la vuelta fantasmal de una inflación sin frenos a la vista.

Tiempo triste, sin duda, temporada de enfermedades y de economías en problemas; por ello es que la posibilidad de un horizonte como el sugerido por Quintana sólo agudiza la sensación de que nos hemos quedado sin opciones creíbles y transitables. Orfandad social, ceguera política, escándalos mayores en Palacio, círculo perverso.

De estos círculos, estemos seguros, no saldremos con los grotescos rififís entre los buenos, los malos y los querubines a que nos ha llevado Palacio.

Mucho se ha usado la frase de que todos vamos en el mismo barco y así es, pero no todos con chalecos salvavidas. Y, en el lado endeble de la ecuación planetaria estamos nosotros, navegando al pairo, a la vera del viento, apenas a flote. Sin mayor conciencia de sus implicaciones desastrosas.

Días de guardar diría Monsiváis, pero no de colección.

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