El zapatismo es uno de los grandes movimientos sociales del siglo XX y, sin duda, el más importante de los 90. El levantamiento indígena en enero de 1994 tuvo amplios efectos en la vida nacional y se extendió por todo el mundo ejerciendo gran influjo en las reivindicaciones sociales de la época y nutriendo las propuestas contrahegemónicas del fin de siglo.
Los efectos del zapatismo se hicieron sentir en los más diversos ámbitos sociales y uno fue el de la educación superior. Entre los distintos sectores que conforman el entramado universitario –estudiantes, académicos y sindicalistas– se hizo patente un poderoso eco ante los reclamos planteados desde las comunidades indígenas del sur del país. Así, los grandes temas de la insurgencia zapatista –trabajo, alimentación, educación, libertad, justicia y paz, entre otros– fueron reivindicados en diversas formas por amplios sectores de una comunidad universitaria que se rencontraba con un pensamiento emancipador y libertario. Surgía, en tal sentido, una alternativa política y social que se alzaba ante el darwinismo económico que se extendía por más de una década.
El año 94 fue crucial para México. En el marco de la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte los zapatistas declaraban la guerra al Estado y hacían patente la enorme deuda del país con los pueblos indios. Asimismo, bajo el entorno de una pretendida modernidad política, el candidato del partido oficial a la presidencia del país, Luis Donaldo Colosio, era asesinado con la misma barbarie que 65 años antes había sido ultimado el candidato Obregón. Es en ese escenario que se daría la postulación y ascenso de Ernesto Zedillo como titular del Ejecutivo.
Como en otros momentos de la vida institucional, en la UNAM surgieron importantes reacciones ante el movimiento emergente. Las más de las voces provenientes de los sectores estudiantil o académico y que se sumaban a los reclamos insurgentes. Así, desde el inicio del movimiento y, a lo largo de los meses siguientes, los grupos ceuistas, así como otros núcleos de jóvenes, realizarán acciones de solidaridad que incluirán manifestaciones, paros de labores y campañas de acopio de víveres, medicinas y ropa. Se vive un ambiente festivo en el que concurren las más diversas manifestaciones artísticas y culturales: rock, performance y pintas callejeras. No podría omitirse una referencia a la Convención Nacional Estudiantil realizada casi a finales de ese año y que, entre otros temas, reivindicaba una educación pública gratuita.
El sector académico, por su parte, se expresará en mesas de discusión, en la prensa y otros medios. El profesorado también se hace presente en la Convención Nacional Democrática –agosto del 94 en Aguascalientes, Chiapas– a la cual concurrirán unos 6 mil participantes, dando cabida a personalidades de la izquierda nacional y a integrantes de la Universidad Nacional. Ahí coincidirán, don Pablo González Casanova –quien dará una aclamado discurso el 9 de agosto–, Luis Javier Garrido, Mariclaire Acosta, Sergio Zermeño y Octavio Rodríguez Araujo, entre muchos otros. Algunas de estas voces prevalecerán al lado del zapatismo y otras desistirán por diversas razones. Don Pablo acompañaría al movimiento desde su surgimiento hasta su madurez y además de ofrecer importantes aportaciones analíticas, será formalmente reconocido en 2018 como uno de sus comandantes.
El movimiento ejercerá también fuerte influjo en el sector institucional que observa atento la respuesta de la comunidad universitaria. Así, el rector se manifestará en favor de una salida concertada y fundada en el diálogo: “La Universidad Nacional…, en su carácter de institución educativa…, está obligada a apoyar toda acción que disuada del uso de la violencia como medio para resolver los conflictos o como forma idónea para mejorar las condiciones de vida de la población” ( Excélsior, 12/1/94). A su vez, el cuerpo de directores académicos suscribía un desplegado que, reconociendo la crítica situación social de Chiapas, hacía un llamado a una solución pacífica. El texto aludía a la preocupación institucional por los grandes problemas del país y al compromiso de la UNAM expresado a través de sus centros regionales en Chiapas ( La Jornada, 14/1/94).
Diversos sectores de la Universidad Nacional y de otras instituciones educativas del país se articularán a un movimiento social profundo y complejo que, más allá de afinidades o desacuerdos, dará aliento a nuevas formas de hacer política en torno a un discurso ético de pluralidad y respeto. En ese sentido, el reconocimiento a la capacidad de los pueblos para reclamar sus derechos y para alcanzar el reconocimiento a las diferencias étnicas –y de cualquier otro tipo– constituirán elementos cruciales para reclamar una plena justicia social y el cumplimiento de las leyes. Tales referentes dejarán una profunda huella en el ambiente universitario y la respuesta estudiantil de 1999 así lo confirmará.
* Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM