Hace ya algunos meses se han observado en el país signos manifiestos de neuralgias económicas y sociales, incluyen, obviamente la salud. Excepto el discurso presidencial en el cual predomina el optimismo, no se advierten buenos síntomas, porque además de aquellas dolencias debemos incluir las de orden político, eso en su conjunto configura un escenario preocupante y nos conducen a calibrar aquella frase del anecdotario mexicano: “si le va mal al presidente, la va mal a México”. El INEGI ha disparado reportes con cifras preocupantes, desde la severa contracción económica acompañada del aumento inflacionario, hasta el acentuado aumento de la población en pobreza laboral, es decir, lo que gana en un día no le alcanza para comprar la canasta básica. Aunque en cada ocasión el informe de los encargados de la Seguridad Pública nos habla de índices a la baja, es dato no anclado en la realidad, porque la violencia es manifiesta en gran parte del territorio nacional. El desabasto de medicinas permanece como un expediente incumplido, con las dramáticas consecuencias de su significado inherente. Por si no bastara, la consabida polarización ya es invitada permanente en el escenario político de México, lo cual incluye no solo la confrontación gobierno-“conservadores”, la embestida directa contra el INE, también abona la radicalización del discurso oficial no solo contra los medios de comunicación, sino específicamente contra reporteros y columnistas cuyos escritos incomodan el ánimo presidencial. Por si algo faltara para complicar el escenario, el embajador Ken Salazar, quien el 3 de febrero en visita al senado declaró que el presidente tiene razón en realizar cambios en el sector, ahora reitera las preocupaciones de su gobierno respecto de la reforma eléctrica promovida por el presidente López Obrador, que promueve la energía sucia, dijo. Este es solo un breve recuento, incompleto, por cierto, de los problemas que ocupan al presidente, para quien se dificulta aún más sacar adelante el proyecto de la Reforma Eléctrica.