martes, noviembre 5, 2024

El problema con el populismo es que funciona

Explicar la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en una de las principales ocupaciones de columnistas, intelectuales y adversarios políticos. ¿Cómo conciliar el hecho de que tras cuatro duros años de crisis y pandemia todavía goce de la aprobación de dos tercios de los ciudadanos un gobernante que, a su juicio, ha incurrido en todo tipo de despropósitos? El argumento inicial de que el tiempo, los escándalos y las expectativas incumplidas terminarían por abatir sus niveles de aprobación no se ha cumplido. Fracasó la idea de que bastaba exhibir y difundir las carencias del gobierno de la cuarta transformación y de su líder para que el desencanto cundiera y su imagen se desplomara inexorablemente.

Frente a esta argumentación fallida, en los últimos meses ha surgido una tesis adicional, que es ya dominante entre los críticos: lo que sucede es que AMLO ha ganado la narrativa. Gracias a la mañanera y en general a la sobreexposición verbal, el Presidente ha instalado entre la opinión pública una polarización que distrae de errores e insuficiencias; con sus dichos y ocurrencias coloquiales, afirman sus críticos, ha conectado con el ciudadano de a pie como no lo ha conseguido el resto de la clase política. Es decir, el Presidente “ha logrado mantener el engaño” sobre las mayorías gracias a su retórica populista y sus habilidades discursivas.

En los últimos días a esta noción se ha incorporado, por fin, un elemento autocrítico. Ahora se reconoce que la oposición no ha construido una propuesta que ofrezca a la población más desfavorecida alternativas puntuales para aliviar sus problemas y mejorar su condición.

En toda la anterior explicación hay planteamientos ciertos. En efecto, López Obrador ha ganado la narrativa de cara a los sectores populares. Como aquí se ha dicho reiteradamente, el “México profundo” siente que por vez primera en Palacio Nacional hay alguien que habla en su nombre y fustiga a los de arriba. Y eso no es poca cosa. Sobre todo, porque ese México profundo lejos de ser una reminiscencia en proceso de menguar o desaparecer, ha seguido creciendo producto de la desigualdad y la falta de oportunidades de las últimas décadas; basta decir que la mayor parte de la población labora en el sector informal y en proporción cada vez más alta.

También es cierto que la oposición todavía no ha entendido que algo cambió en 2018, que las mayorías empobrecidas encontraron el camino a las urnas y que, en tanto no se ofrezca un planteamiento novedoso e incluyente sobre las necesidades que los aquejan electoralmente, tendrán la batalla perdida. O, dicho de otra manera, la población de San Pedro de los Garza, Polanco o las Lomas caben en un pedazo de Iztapalapa. Mientras el programa del PRI y del PAN le haga sentido a los del código postal once mil, pero no al de los multifamiliares y villas marginales seguirán perdiendo elecciones.

Pero lo que todavía no se entiende es que el tema va más allá de las narrativas. El problema con el “populismo” es que razonablemente ejecutado funciona muy bien desde la perspectiva de esas mayorías. Tal es el caso de las acciones de un gobierno que ha elevado 60 por ciento el monto del salario mínimo, que entrega un subsidio de 3 mil 850 pesos bimestrales a 8 millones de ancianos para muchos de los cuales la ayuda hace una diferencia que evita la miseria absoluta, y en general dispersa de manera directa cerca de 700 mil millones de pesos anuales entre la población necesitada. 

Se dirá que estas y otras similares son medidas demagógicas, pero las intenciones trascienden la demagogia cuando se traducen en hechos palpables para la población beneficiada. Podrá argumentarse que tal ayuda no es la mejor manera de cambiar la realidad o erradicar la pobreza, tema discutible en efecto, pero tampoco es que para esos sectores el abandono que percibían en gobiernos anteriores los estuviera sacando de la pobreza. 

Entienden que este Presidente no solo habla en su nombre sino también que, dentro de las limitaciones económicas y políticas, está intentando hacer algo por ellos. O como decía la abuela, “en noventa años ningún gobierno me había dado dinero hasta que llegó El Peje”.

Este lunes la 4T anunció el incremento al salario de los maestros para paliar la inflación beneficiando a más de un millón de docentes; lo significativo de la propuesta es que se trata de un aumento progresivo o piramidal para mejorar a los maestros que menos tienen. Sueldos menores a 9 mil pesos mensuales crecerán a 14 mil 300, según la información presentada. Quizá no sea bien recibida entre los líderes sindicales, porque en poco beneficia a la cúpula magisterial, pero en términos de la base hará una diferencia para un número importante de hogares.

El populismo suele ser manejado en términos peyorativos y, ciertamente, en sus malas versiones puede ser tan nefasto como cualquier otra fórmula política en su peor versión. Pero como habría dicho Obama, palabras más palabras menos, o el propio López Obrador en su momento, “si ser populista es priorizar el beneficio del pueblo, me apunto”. Si el Presidente está poniendo la cartera donde comprometió su palabra, en algún punto el asunto deja de ser demagogia para convertirse en acciones encaminadas a beneficiar a los sectores populares. En estricto sentido eso lo convierte en un gobierno populista consecuente con sus banderas.

Los niveles de aprobación de López Obrador no remiten al hecho de que esté ganando un combate de narrativas, no exclusivamente, o de su habilidad para “mantener engañados” a los mexicanos. Obedece más bien a que, aun cuando no esté exento de errores, su gobierno ha tomado acciones que buscan mejorar la condición de la población necesitada que, habría que recordar, en este país son mayorías. El misterio de los altos niveles de aprobación de AMLO deja de ser un misterio cuando se echa mano de la aritmética. 

Jorge Zepeda Patterson

@jorgezepedap

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