Es lamentable, pero conforme transcurren los días es perceptible la dificultad para concretar el ofrecimiento presidencial de entregarle a los mexicanos servicios de salud de calidad equivalente a la de los Países Bajos o de Canadá. Lo peor radica en la desaparición del Seguro Popular, aquel programa de financiamiento a gastos catastróficos diseñados para hacer frente a enfermedades de alto impacto y diferentes tipos de cáncer. Al desaparecer se complica aún más a la población sin acceso a la seguridad social atenderse de esos males. Lejos aún más de aquel paradigma porque la infraestructura hospitalaria no ha crecido al ritmo de las necesidades y el equipo médico carece del mantenimiento adecuado con la consecuente falla de su servicio. Y en medio de ese tétrico escenario permanece sin ser resuelto a cabalidad el desabasto de medicinas, por no encontrar el gobierno la cuadratura al círculo de adquisiciones debido a su fobia contra los laboratorios del país. Hacer comparaciones con el reciente pasado no resuelve la situación que atraviesa el sistema de salud mexicano, actualmente dedicado a la tarea de hacer realidad la propuesta presidencial de unificar las diferentes instituciones que lo integran para hacer posible la medicina gratuita para todos, un propósito muy noble, pero muy difícil de concretar en virtud de sus innumerables aristas, empezando por los ejes rectores de su constitución. Parece en chino la solución al estatus de los trabajadores a cuya solución están dedicados los responsables de ese proyecto, pero es lento su andar pues requieren de gran mesura para no generar demasiada inquietud entre la ya alarmada clase trabajadora. No es fácil, porque el INSABI, la institución creada para sustituir “las ruinas” que se heredaron resultó peor que el parto de los montes, nada resuelve y anda en pena esperando a quien lo rescate de su lamentable inanición. Lástima, pero en este caso la realidad no muestra su mejor cara.