Movimiento Ciudadano (MC) se ha convertido en la manzana de la discordia, pues la élite que gobierna a los partidos de oposición se ha propuesto cavar cada vez más hondo en la lógica política elegida por el presidente de la República, según la cual el país se divide en dos polos y nada más: quienes están con él y quienes se oponen a él. En esa dicotomía no cabe ninguna idea que se parezca siquiera a la pluralidad democrática: o todo o nada, girando siempre en torno de un solo hombre. Esa lógica no admite el más mínimo atisbo de diversidad, porque se sustenta en la exigencia del apoyo y la obediencia ciega, o la traición a la patria.
Los partidos de oposición que defendieron por años la pluralidad democrática (el PAN desde 1939 y el PRD desde 1989), no sólo han decidido asociarse con el otrora partido hegemónico al que enfrentaron desde que vieron la luz, sino rendir sus banderas ante la narrativa presidencial que proclama la cuarta transformación de la historia de México, basada en la lucha definitiva contra el régimen anterior. La tesis de una mafia orquestada entre élites con el propósito de cuidarse recíprocamente es el hilo conductor de Andrés Manuel López Obrador. Y en efecto, los tres partidos que hoy se confunden en una estrategia aritmética basada en la pura suma de votos —abandonando programas, ideologías y trayectorias históricas— le han regalado al titular del Ejecutivo el argumento perfecto para encarnar esa polarización pétrea entre los que están contra AMLO y quienes lo adoran.
El único argumento que esgrimen los promotores de esa alianza infiel es el ábaco: para ganarle a AMLO, dicen, hay que sumar. No hay nada más que los una, excepto su deseo de derrotar al aparato político del presidente de la República. Y en busca de ese propósito han comenzado a repetir los mismos argumentos de su adversario: (i) en la política actual —aseguran— no hay lugar más que para dos polos opuestos e irreconciliables que luchan a muerte; (ii) esa guerra la ganará quien acumule más fuerza y más votos; (iii) es una lucha histórica, que se justifica a sí misma por los fines que busca y no por los medios que emplea; (iv) quien se oponga a esos fines —a cualquiera de los dos bandos— es un traidor a la patria.
Ese epíteto construido desde Morena, del que se han dolido tanto —y con razón— los tres partidos aliados, es exactamente el mismo que hoy se arroja sobre Movimiento Ciudadano por querer mantenerse en el terreno de la diversidad y por querer defender su programa político propio, sin aliarse con ninguno de los dos polos “históricos”.
Los defensores del “polo X” —permítanme llamarlo así, por economía del lenguaje— dicen que MC es traidor y esquirol, porque sus votos servirían para derrotar a los partidarios del “polo 4T” y lo culpan ya, por anticipado, del escenario que advierten para el 2024. Del lado opuesto, los seguidores del presidente lo incluyen en las listas de los mafiosos que deben ser aniquilados y extinguidos. Ninguno de esos polos admite el más mínimo matiz o alguna mínima disidencia. Así que ambos le exigen a MC que cometa suicidio: que se anule a sí mismo para trasladarle sus votos al PAN —la cabeza indiscutible del “polo X”— o que se someta a la voluntad del presidente de la República, que es la única cosa que articula al “polo 4T”. Y los dos gritan que si persiste en mantener su identidad propia perderá su registro en los próximos comicios: ¡o te suicidas o te matamos!
Dado ese escenario fatal de necesidad y considerando que la polarización está destruyendo a “tiros” de macho la pluralidad democrática de México, confío en que MC opte por mantenerse firme. Si ha de morirse —como le pronostican los mismos que le cortejan y lo celan— que lo haga de pie y no hincado.