Juegos de Poder
Leo Zuckermann
Hace 13 años, moderé un panel sobre la crisis económica en América Latina. Era 2009 y el panorama se veía muy sombrío. Los gobiernos, en particular los bancos centrales, habían tenido que intervenir para evitar la quiebra de varios bancos en países desarrollados. Ha pasado mucho desde entonces. Sin embargo, recuerdo ese panel porque uno de los temas principales que se trató fue el de la narrativa económica de los países.
Tomás Lajous, entonces director ejecutivo del banco UBS, hoy socio de la consultora McKinsey, fue el que sacó a colación este asunto. A propósito de México, dijo: “Por encima de la crisis económica hay una crisis de narrativa económica. Ésta es clara, por ejemplo, en la percepción de que la situación económica de México es peor hoy que en 1995. Ésta es clara al compararla con la exitosísima narrativa macrofinanciera de Brasil. Más allá de los riesgos existentes que acechan al retorno a la expansión económica, la falta de narrativa trae a la mesa el riesgo de que se tomen decisiones de políticas públicas, de actividad empresarial o en los mercados financieros que partan de un presupuesto más negativo que la realidad y que ayuden a darle un giro más negativo a la realidad”.
Ernesto Ottone, exasesor del presidente chileno Ricardo Lagos, retomó el tema y contó una anécdota fantástica sobre la narrativa exitosa de Brasil. Un amigo argentino suyo le dijo: “Está bien: Brasil va a ser los Estados Unidos de Sudamérica. La pregunta es si Argentina va a ser el Canadá o el México de la región”.
En la sesión de preguntas lancé una provocación a los panelistas. Dije que España, Chile y Brasil habían construido una narrativa económica exitosa fundamental para lograr un impresionante crecimiento. ¿Acaso era una coincidencia que estos tres países lo habían logrado con gobiernos de izquierda? Ottone intervino y dijo que había otra coincidencia: España, Chile y Brasil habían salido de una dictadura. ¿Acaso ello también había jugado un papel importante?
Carlos Solchaga, quien fue ministro de Economía y Hacienda durante el gobierno socialista de Felipe González en España, le pegó, creo, al clavo. No hay soluciones mágicas. Ahí afuera, en el mundo, están los modelos de lo que un país emergente quiere ser. Para tener una narrativa económica exitosa, los gobiernos tienen que saber a quién quieren parecerse. Los socialistas españoles tenían muy claro el modelo de país que querían emular cuando llegaron al poder. No era ni Cuba ni las naciones de Europa del Este. Ellos querían parecerse a Francia y Alemania. Esto implicaba una agenda de crecimiento económico dentro del capitalismo abanderando ciertas causas de justicia social propias de la izquierda. Rechazaron aventuras populistas como las de algunos gobernantes de latinoamericana de entonces que propagaban la vaga idea de una Revolución Bolivariana, en referencia a Hugo Chávez y sus aliados en la región.
Los socialistas españoles emularon a los socialistas franceses y alemanes. Los socialistas chilenos y brasileños vienen emulando a los españoles. Se trataba de una izquierda seria y responsable, que respetaba el mercado y defendía la igualdad de oportunidades de los ciudadanos.
Bueno, pues desde entonces las cosas han cambiado mucho. En Chile, llegó una nueva izquierda, producto de las movilizaciones estudiantiles. Hoy andan bastante perdidos de qué hacer. ¿Cómo renovar el modelo económico redistribuyendo aún más el ingreso y las oportunidades? En Brasil, por su parte, los gobiernos de izquierda terminaron muy mal abriéndole la puerta a un populista de derecha. Hoy Lula da Silva está por ganar un tercer periodo presidencial, pero en una nación dividida en dos, donde el bolsonarismo tiene una gran presencia política.
Y aquí en México también estamos perdidos. La retórica es de una supuesta “Cuarta Transformación” de la vida pública del país. De un modelo postneoliberal. Pero, en la práctica, la economía está estancada. No va para ningún lado. Por eso, vale la pena volver a preguntarse: ¿a quién quiere parecerse México?
¿Lo saben las fuerzas de izquierda? ¿Lo saben los panistas, que son la principal opción opositora en este momento? ¿Qué país quieren emular los priistas, esa federación cada vez más enana de intereses económicos y políticos cuyo cemento es llegar al poder sin saber para qué?
Claro, los políticos siempre pueden argumentar que lo que quiere México es ser México. Así de rimbombante. Una postura retórica que permite salirse por las ramas. Pero, en realidad, hay que seguir insistiendo a todos los partidos que se definan con claridad: ¿cuál es el modelo de país que quieren imitar?