La marcha ciudadana de ayer domingo resultó un rotundo éxito, no sólo por los números de personas y de ciudades de la República y hasta del extranjero en las que salieron a manifestarse los mexicanos, sino también porque el impacto que tuvo la convocatoria demostró que aun sin estructuras políticas de por medio, sin acarreos y sin dádivas, de manera tan espontánea que en la mayoría de los casos faltó organización y logística, los ciudadanos en México sí son capaces de movilizarse y salir a manifestarse cuando la causa que los convoca les parece justa y cuando se trata de frenar al abuso y la ambición de poder que amenaza derechos y libertades fundamentales.
Esa fue la primera motivación y el primer motor que impulsó a una movilización multitudinaria de mexicanos de todo el país, pero no fue la única. Porque en los gritos, las pancartas y las consignas que se vieron y escucharon ayer por las calles, avenidas, parques y plazas públicas de toda la República, también emergió un profundo descontento con el actual gobierno y un rechazo explícito a la figura del presidente López Obrador, que aun con sus niveles de aprobación y popularidad en las encuestas, logró concitar con esta marcha un sentimiento de reprobación total y absoluta a sus afanes de control autoritario y de permanencia y continuidad de su movimiento por la vía del control y sometimiento de los órganos electorales.
En ese sentido, la marcha ciudadana de ayer fue una especie de “Ya basta” que gritó un amplio sector de la población mexicana al desbordamiento del poder presidencial que quiere dominarlo y controlarlo todo. Y fue también una respuesta directa y contundente a la prepotencia, la soberbia y la grosería con la que Andrés Manuel López Obrador despreció y ofendió a todos los que decidieran participar en esta movilización nacional llamándolos “clasistas, racistas, corruptos e hipócritas”, ofensas que calaron en los ciudadanos y que terminaron siendo una provocación y un aliciente para que más personas salieran a marchar en todo el territorio nacional.
Los mexicanos reaccionaron de esa forma ante el exceso y la violación de la investidura y la responsabilidad constitucional de quien, lejos de actuar como el presidente de todos los mexicanos, se comporta como el jefe de una facción, de una pandilla y de una secta en la que, a quien disiente y no está de acuerdo con lo que él dice y propone, en este caso su cuestionada y perversa reforma electoral, lo ataca, descalifica y amenaza desde el poder de su Presidencia.
Pero, aunque las consignas en defensa de la democracia, del voto libre y del INE se enfocaron mayoritariamente contra el presidente, en la participación masiva que se observó el domingo en la Ciudad de México —principal bastión morenista— lo mismo que en Guadalajara, Monterrey, Puebla, Cancún, Veracruz, Hermosillo, Durango, León y otras 36 ciudades de la República también hay un mensaje contundente para los diputados federales. Un mensaje de fuerza y músculo ciudadano que les dice a los legisladores de todos los partidos, especialmente a los de la oposición, que los están observando y que la decisión y la posición que tomen a la hora de votar la reforma electoral de López Obrador, tendrá un alto costo político y social para ellos y para sus partidos.
Y sin duda habrá que esperar la reprimenda y el entripado presidencial en la mañanera de este lunes. Y volverá la lengua flamígera del mandatario a descalificar, menospreciar y ofender a los que osaron manifestarse en las calles en contra de su propuesta política; y junto con la andanada de adjetivos, juicios y palabras disonantes que provendrán de quien debiera cuidar y proteger los derechos de todos sus gobernados, vendrán también las hordas de seguidores, analistas y propagandistas del presidente a descalificar con su discurso, también racista y clasista, a los cientos de miles de mexicanos que ayer salieron a las calles, a los que volverán a llamar “fifís”, “privilegiados”, “hipócritas” y demás palabras aprendidas y repetidas desde el poder, para tratar de invalidar y cancelar, con su pretendida “superioridad moral” de “pueblo bueno y sabio” los derechos y libertades de un amplio sector de la sociedad mexicana que disiente de este gobierno y sus propuestas, excesos, derroches y ocurrencias.
Pero al final, en medio del ruido y la distorsión de la violencia verbal en un país polarizado y dividido, lo que quedó muy claro ayer es que el arranque del quinto año de gobierno de López Obrador se adelantó por dos semanas. Y que, en contra del discurso de la invencibilidad del presidente y de su movimiento político, ayer volvió a quedar muy claro que, si bien las estructuras políticas y clientelares siguen siendo efectivas a la hora de ganar elecciones —sobre todo cuando se les alimenta con el dinero público y hasta con la intervención y el amedrentamiento del narcotráfico—, cuando la sociedad mexicana, usualmente apática y desentendida de lo público, se enoja y se decide a salir, ya sea a las calles o a votar, no hay partido que no pueda ser derrotado ni presidente invencible… Escalera doble mandaron los dados. La semana promete.