domingo, diciembre 22, 2024

López Obrador y los límites de la soberanía

La airada reacción de la Secretaría de Hacienda ante el triunfo de la propuesta brasileña para la presidencia del BID y el fracaso de la candidatura del mexicano Gerardo Esquivel llama la atención, y no solo por el morbo que provoca una respuesta tan diplomáticamente inusual: “Lamentamos que en las elecciones del BID continúe la política de más de lo mismo. Se eligió la propuesta del gobierno de Brasil, apoyada por el de Estados Unidos…”.

Sorprende esta respuesta, además, porque en realidad la candidatura de Esquivel nunca gozó de grandes posibilidades; se trató de una opción de reemplazo de último momento, tras la renuncia de la candidata original Alicia Bárcena, de tal manera que la promoción del mexicano apenas fue de una semana, frente a los meses de lobby con que contaba el brasileño. El voto de cada uno de los 28 países que participan en este organismo suele ser el resultado de negociaciones específicas, uno a uno, que suelen llevar bastante tiempo. También llama la atención la respuesta de una secretaría, Hacienda, que en sus relaciones internacionales suele ser más bien cauta, por no decir conservadora, al menos en el plano declarativo, lo cual hace suponer que su lacónico y cortante texto habría sido promovido por Palacio Nacional. Algo que parecería confirmarse luego de escuchar las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador en la mañanera de este lunes, prácticamente en los mismos términos.

Más allá de lo anecdótico, el tema es de fondo porque remite a la posibilidad, o no, de que “la marea roja” que está inundando a América Latina de gobiernos de izquierda se traduzca en una política internacional con algunas puestas en común entre todos estos gobiernos afines. Sea para “recuperar” los organismos regionales, claramente dominados por Estados Unidos en este momento, o simplemente para establecer políticas puntuales sobre polémicas comerciales y jurídicas que Washington suele resolver en términos bilaterales con cada uno de nuestros países, invariablemente con saldo a su favor. Hasta ahora los apoyos morales que se intercambian, entre otros, los presidentes de México, Argentina, Chile, Colombia, Perú y eventualmente Brasil, tras el triunfo de Lula, no han pasado de eso, del plano discursivo.

En distintos momentos se ha especulado sobre la posibilidad de que López Obrador intente convertirse en líder de un movimiento de reivindicaciones latinoamericanistas. Pero claramente no ha sido así. Su credo de que la mejor política exterior es la política interior, su escaso interés en viajar a otros países (en parte consecuencia de lo anterior, pero también un rasgo de personalidad) y el hecho de que la mayor parte de esta marea roja se desencadenó en la segunda mitad de su sexenio, debilitan ese supuesto protagonismo bolivariano. Y habría un cuarto factor, probablemente aún más importante. En la misma mañanera en la que AMLO se quejó del inadmisible predominio estadunidense en los organismos regionales, también dio cuenta de los límites a los que está dispuesto a llegar: cómo me voy a pelear con Estados Unidos si México es el socio comercial número uno de ese país, afirmó a propósito de otro tema.

Así que no, no creo que el gobierno de la 4T vaya a encabezar una revuelta latinoamericana en contra del Imperio. López Obrador hará declaraciones categóricas, defenderá una y otra vez la soberanía de nuestros países y apoyará verbalmente a cualquier país que tenga un litigio con nuestro vecino del norte. Pero nada que ponga en peligro los muchos intereses económicos, migratorios y fronterizos. Para México las relaciones con Estados Unidos son, en realidad, un tema de política interior, algo que no puede ser sacrificado por otro de política exterior y menos a 22 meses de dejar el poder. 

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