domingo, diciembre 22, 2024

La FIL, fobias y filias

No ayuda a nadie el desencuentro cada vez más profundo entre el grupo de la Universidad de Guadalajara, que, entre otras cosas, organiza la afamada Feria Internacional del Libro, y el presidente Andrés Manuel López Obrador. A las tensiones reiteradas de los últimos años se suman ahora las declaraciones del mandatario de este miércoles en la mañanera: “Es un foro del conservadurismo, allá van todos los intelectuales a hablar mal de nosotros… ¿Quién organiza la FIL?: (Raúl) Padilla, exactamente. ¿Cuántos años lleva Padilla manejando la Universidad de Guadalajara? De (Carlos) Salinas para acá, 27 años”. El duro señalamiento del Presidente, aunque no es el primero que ha hecho sobre Padilla, obedeció en este caso al abucheo que recibió de parte de los estudiantes la intervención de la empresaria Patricia Armendáriz, diputada de Morena, al defender en una mesa de análisis las políticas del gobierno de la 4T.

Más allá de las circunstancias puntuales que podrían haber generado el abucheo, la declaración presidencial apunta a un tema de fondo. ¿Es, como dice, un foro del conservadurismo? Sí y no. Desde luego la FIL es mucho más que eso. Asistirán 800 mil personas a lo largo de nueve días a un evento que se ha transformado en la segunda feria literaria más importante en el mundo; se dan cita miles de autores y editores de todas las corrientes y de todas las áreas del conocimiento y las artes procedentes de muchas naciones. La mayor parte de los que participan, en tanto lectores o miembros de la industria del libro, lo hacen al margen de cualquier consideración política o ideológica.

Sin embargo, López Obrador tiene parcialmente la razón en más de un sentido. Entre las muchas mesas de discusión que se realizan en paralelo, en aquellas que tienen que ver con temas sociopolíticos predomina la presencia de expositores que critican al gobierno de la 4T. Pluralidad existe, desde luego, desde la invariable presencia de Paco Ignacio Taibo, por ejemplo, hasta el homenaje a Saramago o la asistencia de figuras internacionales de izquierda del ámbito político e intelectual. El problema es la proporción. 

La misma noche en que abuchearon a Patricia Armendáriz participé en un panel de cinco expositores bajo un título que en sí mismo era un editorial: “El Estado y las audiencias contra los medios. Cómo el discurso desde el poder legitima la violencia hacia el periodismo”.  Los otros cuatro tundieron a López Obrador de manera implacable, con epítetos como autócrata, autoritario, populista o victimario de la “prensa libre”; unos lo hicieron de manera burda, otros más elegante y sofisticada. En mi turno, y a pesar de disentir con algunas actitudes del Presidente en su polémica con los medios, me sentí obligado a defender el sentido de las banderas del gobierno de la 4T en favor de los desprotegidos y a explicar la naturaleza de muchas de sus estrategias políticas. Lo cual lleva a una reflexión de fondo: ¿cómo es posible que se ofrezca un 20% de tiempo de exposición (uno de cinco panelistas) a una visión de país que es apoyada por dos tercios de la población, según encuestas, y 80% del tiempo de exposición a las versiones contrapuestas y que representan al otro tercio? Se me dirá que es imposible que cada mesa de análisis se diseñe a partir de cuotas de equilibrio; cierto, pero algo dice el hecho de que invariablemente el desequilibrio opera en favor de una perspectiva crítica al obradorismo. La mesa de Patricia Armendáriz, otra en la que participó Martha Delgado, subsecretaria de la SRE, o la mía, por hablar solo de esa velada, mostraban el mismo desbalance. No, la FIL no es un foro exclusivo de conservadores, pero arroja un saldo que termina por parecerlo.

Los organizadores dirán, con cierta razón, que la composición de las mesas no es un reflejo de los sentimientos de la población, pero sí de la comunidad intelectual y académica del país. Y sin duda, como lo ha señalado el propio Presidente, es un sector predominantemente crítico de su gobierno, lo cual no significa que no existan posibilidades de pluralizar estos paneles.  

Pero el tema es más de fondo. En los últimos años el grupo político que encabeza Raúl Padilla, que en algún momento lidereó la presencia del PRD en Jalisco, paulatinamente se distanció del obradorismo, del que nunca formó parte pero tampoco se asumió como rival. Supongo que esta deriva tiene que ver con la inercia de su estrecho vínculo con referentes intelectuales como Aguilar Camín, Enrique Krauze y Vargas Llosa, que asumieron posiciones cada vez más críticas frente al lopezobradorismo; en parte también tendría que ver con el ambiente político de Jalisco, más conservador que el resto del país.  Pero me parece que obedece, sobre todo, a las decisiones políticas del propio grupo que en algún momento decidió apostar por la alternativa de Ricardo Anaya (de la cual Raúl Padilla fungió como vocero en temas culturales durante la campaña).

Esta inclinación política de la dirigencia de la UdeG no deja de ser paradójica tratándose de una universidad pública. Es el equivalente de la UNAM para el occidente del país. Eso significa que en lo esencial no está financiada por fondos privados o cuotas de los alumnos, sino por partidas del gobierno federal y, en menor medida, del gobierno estatal. Apostar por una opción política incurre en el enorme riesgo que representa el triunfo de la opción contra la cual se combatió. Resulta extraño asociarse a una fuerza, el conservadurismo, difícilmente empático con las causas populares a las que remite una universidad pública. Los hijos de los sectores acomodados no van a la UdeG sino a las muchas opciones que ha traído la explosión de las universidades privadas. El grueso de los 330 mil alumnos de la UdeG corresponde a sectores sociales que no pueden pagar sus estudios en el mercado abierto. 

El longevo liderazgo de Raúl Padilla está marcado por la polémica. Imposible hacer un balance en este espacio, pero habría que insistir que su figura no acepta una etiqueta simplista. Soy egresado de esta universidad y me tocaron los duros tiempos en los que la gangsteril  federación de estudiantes sometía por violencia los designios de la institución, hasta que el grupo de Padilla logró erradicarla. Desde entonces, la UdeG pudo escapar de la inestabilidad política y académica que caracterizó a tantas universidades estatales y en el proceso construyó una vasta obra cultural y académica imposible de resumir. La FIL, el Festival de Cine y la ambiciosa descentralización regional no son las únicas muestras. El costo fue el férreo liderazgo de Padilla, cacique político o caudillo benigno, según se enfoque. La revisión con lupa exhibiría las muchas maniobras maquiavélicas para asegurar la preeminencia en el poder de este grupo o para promover sus ambiciones políticas.

Lo que en verdad importa de todo esto es no perder de vista lo que está en juego. La FIL y, sobre todo, la UdeG son un patrimonio que trasciende a los actores políticos. Para complicar las cosas, el grupo está en guerra con el gobernador del estado y simultáneamente confrontado con el gobierno federal. Parecería una actitud suicida para una universidad pública. Podría entenderse que existieran condiciones coyunturales para una apuesta momentánea, pero me parece una posición insostenible para un escenario que podría alargarse, en el caso federal, los siguientes ocho años.

En teoría habría coincidencias entre un gobierno que busca favorecer a los sectores populares y una universidad pública comprometida con su comunidad. La construcción de un país mejor para las mayorías, en el que está empeñado el obradorismo, no tiene por qué prescindir o afectar una feria de libro de esta magnitud y lo que representa la UdG para tantos hogares de escasos recursos. Y parecería absurdo que un proyecto social y cultural como el de Guadalajara viva de espaldas a la esperanza de cambio que abriga la mayoría de los mexicanos. Habría que explorar condiciones para una neutralidad en la militancia política y una colaboración cultural y social. No se piden complicidades vergonzantes, pero sí entender que, por el bien de muchos, es tiempo de revisar prioridades, domeñar la pasión, construir puentes para dejar atrás una fobia tan kafkiana como dañina. 

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